Desde el punto de vista del contenido, el poema puede resumirse como la contemplación de un olmo centenario, hendido por el rayo y carcomido, al que sin embargo la primavera ha regalado unas hojas verdes. Los catorce primeros versos se consagran a la descripción de ese árbol moribundo: se detallan la podredumbre del tronco, el musgo amarillento que mancha la corteza, la ausencia de ruiseñores y, en su lugar, la vida parasitaria de hormigas y arañas. En la segunda parte, desde el verso 15 al 25, el yo poético anticipa el final trágico que puede aguardar al olmo mediante una serie de advertencias introducidas por “antes que”, donde se enumeran los posibles destinos: convertirse en leña, en instrumento (melena de campana, lanza, yugo), arder en un hogar mísero, ser arrasado por un torbellino o arrastrado por el río hasta la mar. Por último, en los versos 26 a 30, el hablante lírico formula su ruego: antes de que todo eso suceda, quiere anotar en su cartera “la gracia de tu rama verdecida”, porque su corazón espera aún “otro milagro de la primavera”. El tema puede formularse como el ruego del yo poético para que la inesperada brotación del olmo —la rama verdecida— anuncie un milagro de regeneración, que se sobreentiende como la recuperación de Leonor de su terrible enfermedad. Las funciones del lenguaje que se activan son, en primer lugar, la función poética, evidente en la cuidada organización simbólica del texto; en segundo lugar, la función emotiva, que aflora en la expresión íntima de la esperanza y el dolor; y finalmente la función apelativa, visible en la interpelación directa al olmo del Duero, receptor poético de esta súplica.
Siguiendo la distinción de planos propuesta por Mario Horcas Villareal, podemos abordar en primer lugar el plano fónico. En cuanto al vocalismo, en los dos primeros bloques del poema predominan claramente las vocales oscuras /o/ y /u/, en palabras como “olmo”, “musgo”, “tronco”, “torbellino”, “soplo”, que generan una sonoridad grave y apagada acorde con la imagen de decadencia y putrefacción del árbol. Estas vocales oscuras refuerzan el clima de enfermedad y proximidad de la muerte que simbólicamente remite al estado de Leonor. En cambio, en la última parte, la de la súplica esperanzada, se intensifica la presencia de vocales claras /a/ y /e/ en lexemas como “cartera”, “gracia”, “rama verdecida”, “vida”, “primavera”; su luminosidad fónica acompaña el giro temático hacia la esperanza, de tal forma que el propio timbre vocálico se hace eco del deseo de luz y vida que expresa el yo poético. El consonantismo no es menos significativo: la repetición de la nasal alveolar sonora /n/ en posición implosiva o posnuclear —“antes”, “convierta”, “lanza”, “blanca”, “barranca”— se intensifica especialmente en la serie de advertencias, donde el poeta despliega los posibles desenlaces trágicos. Ese sonido nasal, cerrado, produce una impresión auditiva de peso y densidad que se puede interpretar como correlato del dolor y la angustia del hablante ante el final que teme para el olmo, es decir, para su esposa. Junto a ella, destaca la labial nasal sonora /m/ en “olmo”, “milagro”, “rama”, “mi corazón”, consonante suave y melódica que, sobre todo en los versos finales, acompaña el tono más confiado y la súplica del yo poético; en ese tramo, el poema suena más dulce porque el contenido se abre a la esperanza.
La organización métrica responde al esquema de la silva, con alternancia de versos endecasílabos y heptasílabos y rima consonante, lo que proporciona una gran flexibilidad. Esta combinación permite que la voz poética pase de la descripción pausada a la acumulación de advertencias sin romper la coherencia rítmica. El ritmo es fundamentalmente yámbico, con frecuencia de acentos en segunda, cuarta y sexta sílabas en los endecasílabos, lo que confiere al verso un avance ascendente especialmente perceptible en aquellos que concentran contenido semántico relevante, como “No será, cual los álamos cantores”, “va trepando por él, y en sus entrañas”, o “Antes que te derribe, olmo del Duero”. Estos endecasílabos enfáticos marcan los momentos de mayor carga expresiva: la comparación con los álamos llenos de vida, la imagen de la corrupción interna y el inicio solemne de la larga serie de advertencias. Las pausas y los encabalgamientos contribuyen igualmente al sentido: en las descripciones iniciales los encabalgamientos suavizan la sintaxis y crean la impresión de un discurrir continuo, como si la enfermedad avanzara sin interrupciones; en cambio, en la parte central, la estructura de “antes que” seguida de pausa marca cada posible desenlace como un golpe, reforzando la sensación de amenaza escalonada. La modalidad oracional también se relaciona con la entonación: las oraciones enunciativas describen la realidad del olmo de manera aparentemente objetiva, las exclamativas —“¡El olmo centenario en la colina que lame el Duero!”— revelan la intensidad emocional del contemplador, mientras que las desiderativas y exhortativas, especialmente las ligadas al verbo “quiero” y a la serie de “antes que”, traducen en términos prosódicos la tensión entre el miedo a la destrucción y el anhelo del milagro.
En el plano morfosintáctico, y dentro de él en el plano morfológico, destaca el elevado número de sustantivos, en torno a cincuenta y uno, lo que confirma la densidad nominativa propia de la poesía de Machado. La mayor parte de ellos son sustantivos concretos: en la primera parte, hacen referencia a las partes del árbol —“corteza”, “tronco”, “hojas”, “musgo”— y contribuyen a fijar visualmente su estado físico de enfermedad; en la segunda parte, estos sustantivos concretos se ordenan simbólicamente en torno a los cuatro elementos que pueden causar su destrucción: el fuego (“hogar”, “caseta”, “ardas”), el viento (“torbellino”, “soplo”), el agua (“río”, “mar”) y la tierra asociada al trabajo humano (“hacha”, “leñador”, “carpintero”). De este modo, el universo entero parece conjurado contra el árbol, como si todas las fuerzas de la naturaleza se aliaran para anunciar un final posible, lo que remite de nuevo al peligro que amenaza la vida de Leonor. Solo en la tercera parte se impone un tipo diferente de sustantivo, el abstracto: “gracia”, “luz”, “vida”, “milagro”, “primavera”, que elevan el poema del plano físico al plano espiritual y simbólico, y formulan con claridad el deseo de regeneración. El antropónimo “Duero” sitúa el olmo en una geografía precisa, pero al mismo tiempo lo carga de resonancias míticas, pues el río se convierte en testigo de la desgracia y posible escenario del arrastre final del tronco hacia la mar.
La morfología verbal muestra una disposición muy cuidada que acompaña la progresión interna del poema. En la primera parte predominan los presentes de indicativo: “lame”, “mancha”, “guardan”, “va trepando”, “urden”, que describen el estado actual, la situación observable del árbol. En la segunda parte se impone el presente de subjuntivo: “convierta”, “ardas”, “descuaje”, “tronche”, “empuje”, forma verbal asociada a la hipótesis, al temor, a la posibilidad no realizada; gramaticalmente, este uso subraya que, aunque la destrucción es probable, todavía no se ha consumado, lo que deja un margen para el milagro. En la tercera parte, el verbo “quiero” introduce el ruego: el paso del subjuntivo hipotético al verbo de voluntad explicita el deseo del yo poético, que se formula con claridad en la oración “quiero anotar en mi cartera la gracia de tu rama verdecida”. Los adjetivos contribuyen también a esta construcción semántica: “centenario”, “amarillento”, “carcomido”, “polvoriento”, “blanquecina” subrayan la decrepitud, mientras que “verdes”, “verdecida” se asocian a la vida y brotan precisamente en los momentos clave del poema, siempre vinculados a la idea de primavera y milagro. Los adverbios “antes” y “mañana” organizan la temporalidad del texto: “antes” se repite obsesivamente en la zona central, marcando la anticipación de la catástrofe, mientras que “mañana” remite a un futuro inmediato, precario, en el que el olmo puede arder en un hogar pobre, imagen paralela a la fragilidad de la vida de Leonor.
En cuanto al plano sintáctico, la composición se organiza en seis periodos oracionales que reflejan la progresión discursiva. El primer periodo presenta una oración compleja en la que se sitúa al olmo en su estado actual, con participios que explican la causa de su deterioro (“hendido por el rayo y en su mitad podrido”) y un sintagma preposicional temporal que señala la acción de la primavera (“con las lluvias de abril y el sol de mayo”) frente a la enfermedad previa. El segundo periodo arranca con una exclamación retórica que ensalza al olmo centenario en la colina que lame el Duero y prosigue con una oración simple que explica su enfermedad a través del musgo amarillento que mancha la corteza. El tercer periodo se construye como oración copulativa con relativa (“No será, cual los álamos cantores que guardan el camino y la ribera, habitado de pardos ruiseñores”), en la que se compara al olmo con otros árboles sanos, llenos de canto y vida; al negar que el olmo vaya a ser habitado por ruiseñores, se remarca su condición de árbol condenado, de cuerpo enfermo que ya no acogerá la vida, igual que el cuerpo de Leonor parece no poder sostener la salud. El cuarto periodo incluye dos oraciones coordinadas que presentan el avance de la corrupción: un “ejército de hormigas” que trepa y unas “arañas” que urden sus telas en las entrañas del tronco. El quinto periodo es el más complejo y extenso: encadena cuatro construcciones temporales introducidas por “antes que”, yuxtapuestas, que explicitan las diversas posibilidades de destrucción; el sintagma en vocativo “Olmo” interrumpe esta cadena para introducir la oración sustantiva encabezada por “quiero”, donde se formula la súplica de fijar en la memoria (“en mi cartera”) la gracia de la rama verdecida. Por último, el sexto periodo condensa en una oración simple el anhelo del yo poético: “Mi corazón espera también, hacia la luz y hacia la vida, otro milagro de la primavera”, cierre que vincula explícitamente el brote del olmo con otro milagro deseado, el de la curación de Leonor.
En el plano léxico-semántico, la selección de vocabulario es muy significativa. Predominan las palabras cultas y precisas, muchas de ellas vinculadas a la naturaleza y al mundo rural, que construyen un campo léxico de la decadencia y otro de la regeneración. La palabra clave del poema es “milagro”, que sintetiza el sentido último de la composición: no se trata solo de describir un árbol enfermo, sino de expresar el deseo de un acontecimiento extraordinario que rompa el curso natural de la destrucción. La palabra testigo es “olmo”: aparece reiteradamente y organiza la isotopía central, pues en él se condensa la situación de Leonor y la tensión entre muerte y vida. Pueden distinguirse varios campos semánticos: el de las consecuencias del exterminio —“hacha”, “leñador”, “carpintero”, “melena de campana”, “lanza de carro”, “yugo de carreta”, “torbellino”, “soplo”, “río”, “mar”—, el de la regeneración —“hojas verdes”, “rama verdecida”, “luz”, “vida”, “primavera”, “gracia”— y el de la naturaleza física —“musgo amarillento”, “corteza blanquecina”, “tronco carcomido”, “hormigas”, “arañas”—. Entre las figuras literarias, sobresale la gran metáfora central: el olmo viejo y enfermo como representación de la esposa; también son metafóricas las construcciones que convierten al árbol en materia de leña, instrumento o tronco arrastrado, imágenes todas ellas de la destrucción. La anáfora de “antes que” refuerza el carácter obsesivo de la anticipación de la desgracia; los epítetos “hojas verdes”, “musgo amarillento”, “tronco carcomido y polvoriento” precisan visualmente el estado del árbol y transmiten a la vez los valores de vida o destrucción. El vocativo “Olmo” intensifica la función apelativa y humaniza al árbol, creando una relación casi personal entre el yo poético y el símbolo de su esposa.
En definitiva, el poema no se limita a ser una descripción naturalista, sino que, a través de una compleja red de recursos fónicos, morfosintácticos y léxico-semánticos, convierte el viejo olmo del Duero en un símbolo transparente de la situación extrema de Leonor. La aparición de la rama verdecida y el deseo de fijarla en la memoria, así como la esperanza en “otro milagro de la primavera”, cierran el texto con una nota de fe frágil, pero persistente: en medio de la enfermedad y de la amenaza de destrucción, el yo poético se aferra a la posibilidad de que, como al árbol, también a su esposa le broten de nuevo hojas de vida.

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