Mis apuntes

PEBAU. ANTOLOGÍA POÉTICA. LUIS CERNUDA

Nuestros apuntes

Nuestras guías de lectura

El Buzón de las Sugerencias

5 de noviembre de 2025

UNED MELILLA. TEMA 1. LITERATURA Y PENSAMIENTO. COMENTARIO DE TEXTO. TEXTO 6: ANTONIO MACHADO, "SOBRE LA DEFENSA Y LA DIFUSIÓN DE LA CULTURA. EL POETA Y EL PUEBLO" (1937, fragmento)

¡Buenas grupo!

En esta entrada os paso el comentario de texto  de uno de los textos de lectura obligatoria de la asignatura La Literatura española del siglo XX: hasta 1939. 

Espero que os sea de ayuda. 

Atentamente, 

Alejandro Aguilar Bravo

Profesor - Tutor del centro UNED Melilla. 

TEXTO 6. 

ANTONIO MACHADO, "SOBRE LA DEFENSA Y LA DIFUSIÓN DE LA CULTURA. EL POETA Y EL PUEBLO" (1937, fragmento) 

Discurso pronunciado en Valencia en la sesión de clausura del II Congreso Internacional de Escritores

Cuando alguien me preguntó, hace ya muchos años, ¿piensa usted que el poeta debe escribir para el pueblo, o permanecer encerrado en su torre de marfil -era el tópico al uso de aquellos días- consagrado a una actividad aristocrática, en esferas de la cultura solo accesibles a una minoría selecta?, yo contesté con estas palabras, que a muchos parecieron un tanto evasivas o ingenuas: "Escribir para el pueblo -decía mi maestro- ¡qué más quisiera yo! Deseoso de escribir para el pueblo, aprendí de él cuanto pude, mucho menos -claro está- de lo que él sabe. Escribir para el pueblo es, por de pronto, escribir para el hombre de nuestra raza, de nuestra tierra, de nuestra habla, tres cosas de inagotable contenido que no acabamos nunca de conocer. Y es mucho más, porque escribir para el pueblo nos obliga a rebasar las fronteras de nuestra patria, es escribir también para los hombres de otras razas, de otras tierras y de otras lenguas. Escribir para el pueblo es llamarse Cervantes, en España, Shakespeare, en Inglaterra, Tolstoi, en Rusia. Es el milagro de los genios de la palabra. Tal vez alguno de ellos lo realizó sin saberlo, sin haberlo deseado siquiera. Día llegará en que sea la más consciente y suprema aspiración del poeta. En cuanto a mí, mero aprendiz de gay-saber, no creo haber pasado de folklorista, aprendiz, a mi modo, de saber popular". Mi respuesta era la de un español consciente de su hispanidad, que sabe, que necesita saber cómo en España casi todo lo grande es obra del pueblo o para el pueblo, cómo en España lo esencialmente aristocrático, en cierto modo, es lo popular. En los primeros meses de la guerra que hoy ensangrienta a España, cuando la contienda no había aún perdido su aspecto de mera guerra civil, yo escribí estas palabras que pretenden justificar mi fe democrática, mi creencia en la superioridad del pueblo sobre las clases privilegiadas. (Revista Hora de España, VIII, Valencia, agosto 1937, pp. 11-12). 

Cómo plantear el comentario de un texto (Opcional)

  • Para realizar correctamente el comentario de un texto de este temario es necesario seguir un proceso que nos permita comprender lo que el texto dice, pero sobre todo desde dónde lo dice y por qué lo dice. Lo primero siempre consiste en situar el texto: identificar al autor, el momento histórico y el movimiento cultural al que pertenece. No se trata de repetir datos de memoria, sino de entender qué clima intelectual rodea al fragmento. Por ejemplo, si el texto pertenece a la Generación del 98, debemos recordar que estos autores escriben en un contexto de crisis nacional, tras la pérdida de las últimas colonias, con una preocupación profunda por España y por la necesidad de regenerarla culturalmente. Esta localización inicial nos da la clave de lectura: explica por qué el autor escribe así y qué tipo de problemas le preocupan.
  • Una vez situado el texto, debemos identificar el tema. Todo texto responde, directa o indirectamente, a una pregunta o conflicto: puede tratarse de la función de la cultura, la identidad de España, el sentido de la vida, la responsabilidad del intelectual, la evasión estética, la angustia existencial, la relación entre razón y fe… Es importante formular ese tema en términos claros, amplios y no anecdóticos. El tema no es “de qué habla”, sino qué problema humano y cultural está en juego. A continuación, es esencial poner el texto en diálogo con la teoría estudiada en clase. Aquí es donde demostramos comprensión real: relacionamos el contenido con las corrientes de pensamiento vistas en el temario. Si el texto defiende una cultura cercana al pueblo y crítica con las élites, lo vincularemos naturalmente con el regeneracionismo y la idea de la cultura como servicio público. Si reflexiona sobre el sentido de la vida, la muerte y la identidad, lo relacionaremos con la literatura existencial de Unamuno. Si apuesta por la belleza y la musicalidad del lenguaje, podremos conectarlo con el Modernismo. Si propone renovar España a través de la educación y el pensamiento crítico, lo relacionaremos con Ortega y la europeización. Este paso es la clave porque muestra que el texto no está aislado, sino que forma parte de un debate intelectual.
  • Después de comprender lo que el autor dice y por qué, analizaremos cómo lo dice. El estilo no es decoración, sino expresión del pensamiento. Observaremos si utiliza un tono reflexivo, íntimo, ensayístico o retórico; si emplea la primera persona para transmitir experiencia y autoridad moral; si recurre a metáforas, antítesis o paralelismos para reforzar una idea; o si la estructura avanza como una explicación razonada o como una meditación personal. El lenguaje revela la actitud del autor: sobriedad y claridad en los escritores del 98, simbolismo y musicalidad en los modernistas, intensidad argumentativa en Unamuno, elegancia expositiva en Ortega.
  • Finalmente, conviene cerrar el comentario con una síntesis que recoja el sentido profundo del texto. Más que repetir lo dicho, se trata de mostrar qué visión del ser humano o de la cultura transmite. Podemos concluir indicando qué idea esencial propone el autor para su tiempo —y, si procede, su vigencia para el nuestro—. De este modo, el comentario adquiere unidad y profundidad.


Comentario del fragmento

El fragmento de Antonio Machado —discurso en Valencia, 1937, en la clausura del II Congreso Internacional de Escritores— se sitúa en la intersección exacta entre literatura y pensamiento que venimos trabajando en el Tema 1, y permite ver con nitidez cómo el ideario regeneracionista (y su continuación pedagógica en el krausismo y la ILE) informa una poética y una ética del escritor. La pregunta inicial —¿“escribir para el pueblo” o encerrarse en la “torre de marfil”?— activa el núcleo del regeneracionismo: frente a la esterilidad de las élites y al divorcio entre cultura y vida, hay que devolver la palabra a la comunidad y convertir la cultura en servicio público. La fórmula de Joaquín Costa, “escuela y despensa”, late aquí transfigurada en clave literaria: escuela es difusión y defensa de la cultura; despensa es dignidad material y participación del pueblo en los bienes simbólicos. Por eso Machado, con deliberada humildad, invierte el cliché elitista: “lo esencialmente aristocrático… es lo popular”. La paradoja no es retórica: es una toma de posición regeneracionista que identifica el valor no con el linaje social, sino con la raíz viva de una cultura.

Desde el punto de vista doctrinal, el texto despliega varios rasgos propios del regeneracionismo. Primero, la crítica al culturalismo de salón: la “torre de marfil” condensa el formalismo estéril contra el que arremetieron Costa y los del 98, al denunciar la complacencia de las minorías y el parlamentarismo inoperante. Machado no demoniza la forma —es poeta y cuida el decir—, pero subordina el arte a una finalidad cívica: “escribir para el pueblo” significa aprender del pueblo y hablarle en su lengua histórica (“nuestra raza, nuestra tierra, nuestra habla”). Segundo, la idea de nación a reconstruirdesde abajo: el pueblo es aquí sujeto de historia y medida de legitimidad cultural; no la tradición como peso muerto, sino lo tradicional viviente, en sintonía con la sensibilidad del 98 que rastrea “lo esencial” español no en el oropel, sino en el sustrato ético compartido. Tercero, el universalismo activo: al invocar a Cervantes, Shakespeare y Tolstói, Machado sitúa la cultura popular en un horizonte europeo y humanista. Esto enlaza con la consigna orteguiana de europeizar España (difusión, Revista de Occidente) y, más atrás, con la Junta para Ampliación de Estudios: abrir ventanas, traer y llevar saberes, ensanchar el radio del “pueblo” hasta incluir a “los hombres de otras razas, otras tierras y otras lenguas”. Es regeneracionista no solo quien sanea dentro, sino quien interconecta: la cultura como circulación y no como cerco.

El texto se escribe “en los primeros meses de la guerra”, y ese dato refuerza la lectura: la defensa y difusión de la cultura son una forma de resistencia democrática. La “fe democrática” que Machado confiesa no es un adorno ideológico, sino la traducción política del programa pedagógico institucionista: cultura para todos, educación laica, libertad de cátedra, supresión del memorismo. Si las Misiones Pedagógicas llevaron bibliotecas y teatro al campo, este discurso lleva la poética al ágora: no hay literatura verdadera sin comunidad. De ahí el desplazamiento semántico clave: “escribir para el pueblo” no es simplificar ni halagar; es elevar: “qué más quisiera yo… Escribir para el pueblo es llamarse Cervantes… Shakespeare… Tolstói”. El canon no avala una élite; consagra una responsabilidad: alcanzar la inteligibilidad alta, la que integra lo particular en lo universal. En terminología del Tema 1, aquí se ve el paso del regeneracionismo al noventayochismo: del diagnóstico (España está atrasada por causas históricas y educativas) a la poética de la reparación (la palabra devuelve dignidad, vertebra, hace patria civil).

La técnica del fragmento acompaña su ideología. La primera persona (“yo contesté… yo escribí… mi fe…”) no es narcisismo: es la ética de la responsabilidad individual que exige el regeneracionismo (“haz lo que debas”, diría Giner). La apelación al “maestro” establece genealogía intelectual: tradición como herencia crítica, no como dogma. Las antítesis (pueblo/torre de marfil; aristocrático/popular) dramatizan la dicotomía histórica entre cultura cerrada y cultura viva. Las enumeraciones (“nuestra raza, nuestra tierra, nuestra habla”) funden identidad lingüística y comunidad histórica, en línea con la labor filológica del Centro de Estudios Históricos: la lengua como patria compartida. La tríada Cervantes–Shakespeare–Tolstói articula una escala que va de lo nacional a lo universal: lo popular como umbral de lo humano. El tono combina humildad (“mero aprendiz”) y autoridad cívica (conclusión normativa: “día llegará…”), equilibrio típico del ensayo modernizado por Ortega: claridad, pedagogía, incitación.

Que Machado afirme que “en España casi todo lo grande es obra del pueblo o para el pueblo” condensa, por fin, la tesis regeneracionista que vertebra el Tema 1: si España ha de modernizarse, no será desde arriba ni por decreto de academias, sino desde la educación, la cultura compartida y la dignidad de la vida común. La literatura, entonces, no se encierra para preservar su pureza; se abre para cumplir su misión. Eso es lo que, en 1937, convierte a este texto en algo más que una poética: en una ética pública de la palabra que enlaza a Feijoo y Jovellanos con Costa, a Giner con las Misiones, a Ortega con la difusión cultural, y a la Generación del 98 con un pueblo que no es masa, sino comunidad de sentido. Por eso, cuando Machado se declara “aprendiz” del saber popular, está firmando el contrato regeneracionista definitivo: la cultura no se posee; se sirve. Y ahí la literatura, lejos de la torre de marfil, recupera su rango de alta ciudadanía.


No hay comentarios:

Publicar un comentario