La composición se corresponde con un poema, por lo tanto, pertenece al género lírico. Establecemos esto debido a que condensa en un número delimitado de versos una expresión de sentimientos y sensaciones que son descritas con el apoyo de numerosos recursos retóricos.
Nos encontramos ante un producto literario de género lírico (ya que en un número delimitado de versos nos ofrece una expresión de sentimientos y sensaciones descritas con el apoyo de numerosos recursos retóricos), perteneciente a la producción poética de Rubén Darío, por lo que se adscribe a la corriente modernista. Concretamente, pertenece a la obra Azul…de 1888 obra que se halla plagada de objetos exóticos y tintes aristocráticos que veremos reflejados en nuestro poema. Esta obra tiene gran influencia del parnasianismo francés que propugna “el arte por el arte”. La obra también destaca por el uso de imágenes sorprender y adjetivos inesperados, que encontraremos en nuestro poema como “siderales éxtasis”. Encontraremos en la obra la filiación modernista por el uso del símbolo como el propio color “azul”.
Debido a esto, nuestro poeta se adscribe a la corriente modernista que se define como la estética del cambio en relación con su constante tentativa de renovación del lenguaje literario. Entre sus preceptos se encuentran la inclinación por el pasado desde el Medievo hasta el siglo XVIII y la admiración por tierras lejanas y exóticas. Este exotismo se representa como una manera de concretar los anhelos estéticos e ideales que se encuentran ocultos por la realidad por lo que les llevo a crear un propio mundo ideal que les ayudaría a afrontar el tedio y la vida rutinaria. Esto se resume en palabras del propio Darío: “Veréis en mis versos princesas, reyes, cosas imperiales, visiones de países lejanos”, palabras que se cumplen en el poema que vamos a analizar.
En cuanto al estilo propio de los modernistas destaca una renovación total del lenguaje poético para que resultara único y sorprender por ello enriquecieron el lenguaje con vocablos extranjeros, americanismos, arcaísmos y neologismos. Persiguieron, igualmente, la búsqueda de efectos impresionistas que lograron gracias a la sinestesia, el cromatismo y la musicalidad. En cuanto a la métrica, destacaron por recuperar viejas formas como el hexámetro clásico grecolatino, agilizaron metros conocidos con la ruptura de la división rígida de los hemistiquios del alejandrino o crearon nuevos metros con versos largos y sin rima.
En España el modernismo ejerció su influencia entre finales del siglo XIX y comienzos del XX. Las circunstancias sociales de la realidad española favorecieron la adopción de la actitud de rebeldía propia de los modernistas. El modernista español, en su faceta más preciosista, colorista y retórica, tuvo escasa duración. Los escritores pronto iniciaron una búsqueda de temas metafísicos y transcendentales y se fueron centrando progresivamente en la tradición y realidad de su propio país. Como resultado del contexto histórico e ideológico de la época, los rasgos de esta nueva corriente artística se hallan determinados por los sentimientos de soledad, de marginación histórica e impotencia que en muchos casos se solventó con la vuelto al mundo de la naturaleza expresado mediante los símbolos y así instauraron en Española un simbolismo decadentista.
El yo poético sienta la necesidad de pasear durante la noche para poder vislumbrar a Venus, a quien identifica con su amada, ya fallecida, a la que se dirige y expresa su necesidad de unirse junto a ella.
Podemos señalar como tema de la composición el ruego de unión del alma del yo poético con la de su amada fallecida.
En el poema distinguimos una estructura externa y otra interna. En primer lugar, señalamos que la estructura externa se compone de catorce versos que aparecen agrupados en cuatro estrofas, dos cuartetos y dos tercetos. De manera interna establecemos una división tripartita. La primera de ellas se encuentra en la primera estrofa, en la que observamos la necesidad del yo poético de pasear durante la noche por un jardín callado (un cementerio) para observar a Venus y así encontrar el sosiego necesario. La segunda parte se extiende desde el verso cuarto hasta el decimosegundo. Este es el momento más intenso del poema puesto que expresa la necesidad que siente el yo poético por unirse con su amada que ya no vive a la cual se dirige, identificándola con la más hermosa reina oriental y, a su vez, con la brillante Venus. Por último, la tercera parte ocupa los dos últimos versos en los que de manera sencilla y simple se concluye que Venus, tras conocer los sentimientos del yo poético, entristece ante la imposibilidad de unión.
A continuación, señalaremos las funciones del lenguaje siguiendo a Roman Jakobson. En primer lugar, citamos la función poética debido a que por su condición de texto literario, la información se transmite de una manera estética que sirve para crear belleza, en este caso una hermosísima recreación de sentimientos angustiosos por una pérdida amorosa. Indicamos también la función expresiva por la condensación de los sentimientos personales de nuestro yo poético. La función apelativa aparece expresada en verbos como “díjele” en los que el yo poético se dirige directamente a su amada, el tú receptor, encarnado en la hermosa Venus.
A partir de este momento, nos adentraremos en el comentario propiamente del poema, para ello realizaremos una división por planos, para facilitar su estudio y comprensión. Nos apoyaremos en el modelo establecido por Marcos Marín en El comentario lingüístico. Metodología y práctica.
En primer lugar, atendiendo al plano fónico, apoyándonos en el manual Métrica española de Antonio Quilis, señalamos que el poema se corresponde con un soneto formado, por tanto, por dos cuartetos y dos tercetos en el que el número de sílabas de sus versos es irregular por lo que nos encontramos ante un tipo de métrica anisosilábica pero predominan los versos heptadecasílabos. La rima del poema se encuentra establecida, es consonante. En los cuartetos riman el primero con el cuarto y el segundo con el tercero, por tanto, nos encontramos con un tipo de rima abrazada. En el caso de los tercetos, el esquema métrico resulta CDC ECD. Lo que debemos destacar es el ritmo del poema puesto que en los versos impares el ritmo es yámbico debido a que el acento de la palabra final de estos versos paroxítonos recae en la sílaba par: “sufría, lucía, parecía” en los que la fuerza del hiato refuerza la sensación de angustia y melancolía de la voz poética. En el caso de los versos pares el ritmo es trocaico puesto que el acento de la palabra final recae en la sílaba impar por lo que los versos son oxítonos y debemos contar una sílaba más en el cómputo silábico: “jardín, jazmín, besar, amar”. Este continuo cambio entre ritmo yámbico y trocaico lo relacionamos con la sensación de angustia del yo poético entre el ser conocedor de la ausencia de su amada y entre la alegría de verla reflejada en el brillo de Venus.
La entonación predominante en este poema es ascendente al principio de cada verso que comienzan con una gran fuerza de voz que va descendiendo a medida que prosigue el verso, relacionando así con los sentimientos del yo poético cuya emoción va decayendo al igual que la melancolía le inunda que se relaciona con la modalidad enunciativa.
En el aspecto vocálico, siguiendo lo establecido por Dámaso Alonso en La lengua poética de Góngora que estudia la armonía que otorgan las vocales a la composición, establecemos que en nuestro poema observamos un equilibrio entre las palabras que imprimen claridad y belleza a la composición gracias a la /a/ y la /e/ como “alma, enamorada, llevada, reina” que relacionamos con la grandeza del sentimiento amoroso del yo poético. Igualmente, esto se contrapone a aquellos términos contenedores de la /o/, /i/, /u/ como “incrustado, abismo, triste, mirar, díjele, nimbo”. En estos dos grupos podemos establecer esa antítesis entre la pureza del amor del yo poético y la melancolía al no poder tenerla debido a su muerte. Igualmente, esto lo reforzamos, por ejemplo con la palabra “amargas” que resume esta dicotomía puesto que podemos entender el significado en sí de la palabra como reflejo de la angustia del yo poético en la que la belleza que otorga la /a/ imprime belleza al sufrimiento.
Siguiendo en esta línea, debemos comentar algunos aspectos del consonantismo. El tormento de nuestro yo poético lo encontramos en la rótica vibrante múltiple el posición nuclear y postnuclear en “jardín, recorría, derrama, dejar, besar, flotar, amargas”. La fuerza que otorga este fonema es reflejo del calvario que se encuentra viviendo, que se resume en las vibrantes finales de los infinitivos citados debido a que se relaciona con el deseo de una situación que sabe que jamás podrá cumplirse. Observamos, también, este tormento en la velar fricativa sorda /x/ que encontramos en jazmín y jardín. La sensación que aporta este fonema es el mismo que el anterior descrito, nuestro yo poético siente un dolor tan inmenso que, a modo de espejo, se refleja en estos fonemas. Igualmente, destacamos que la belleza del sentimiento amoroso y pureza del mismo se puede ver en las labiales oclusivas sonoras /b/: “Venus, bella, divino, rubia, refrescaba” que relacionamos igualmente con el fonema dental oclusivo sonoro /d/: “dorado, divino”. Estos fonemas otorgan calma, belleza y sosiego al sufrimiento de la voz poética. Observamos un deseo de pasión gracias al fonema labiodental fricativo sordo que encontramos en “fuego y flotar”. La fuerza que imprime la fricación la relacionamos con el deseo pasional de nuestro yo poético al dirigirse directamente a su amada, olvidando que ya no pertenece al mundo de los vivos. Por último, es destacable la fricativa velar sorda en “extensión y éxtasis” puesto que otorga una sensación contradictoria, de rapidez y de sosiego a la vez que relacionamos con el sentimiento de nuestro yo poético el cual quiere amar y morir.
Para concluir el plano fónico, citamos el encabalgamiento que se produce entre el verso cuarto y quinto puesto que rompe abruptamente el ritmo de nuestro poema y se relaciona con la sensación de tristeza con nuestro yo poético quien quiere expresarnos todo lo que se encuentra sintiendo pero a su vez, debe pausarse un momento debido a que lo mismo que siente, le atormenta. Igualmente, esta misma sensación viene otorgada por el polisíndeton que se produce entre los versos décimo y décimo primero “y volar […], y tus labios […] y flotar”. Aunque estas figuras son propias del plano morfológico y sintáctico, las hemos encuadrado en este nivel debido a que se hallan íntimamente relacionadas con el ritmo del poema y la musicalidad del mismo.
Para la realización del plano morfológico seguiremos las indicaciones establecidas por Isabel Paraíso en Comentario de texto poético.
En primer lugar señalamos que los sustantivos abstractos son más destacables frente a los concretos en este poema puesto que se hallan íntimamente relacionados con la descripción de sentimientos de nuestro yo poético como “nostalgias, alma, amante, luz”. Los sustantivos concretos guardan relación con la necesidad de mostrarnos el recorrido de su paseo y las imágenes que le evocan el recuerdo de su amada, así tenemos “jardín, jazmín, reina, camarín, palanquín o abismo”. Debemos destacar, también, el uso del antropónimo Venus como identificación total de la amada con el planeta más brillante y con la hermosura de a la amada por la referencia a la diosa del amor.
En cuanto al verbo, destacamos que distinguimos dos grupos de verbos. En primer lugar destacan los tiempos verbales en pretérito imperfecto de indicativo “sufría, lucía, parecía, recorría”. En este caso son todos de la segunda y tercera conjugación lo que hace que sus pretéritos imperfectos se conjuguen con el hiato lo que se relaciona con la sensación de angustia. Igualmente, en los dos últimos versos, también encontramos dos pretéritos imperfectos de indicativo, en este caso de la primera conjugación, “refrescaba y miraba” cuyo fonema labial oclusivo sonoro aporta calma, que se relaciona con la necesidad de culminar la composición de la manera más sosegada posible. El otro grupo de verbos lo encontramos en el primer terceto y en el primer verso del segundo terceto puesto que, aunque el pretérito perfecto simple “dije” introduzca al “quiere” es este segundo verbo el más importante en esta parte. El yo poético realiza una enumeración de lo que desea, de lo que su alma desea y para ello usa la simpleza del presente al que le siguen una multitud de infinitivos “volar, besar, flotar y amar” que simbolizan la necesidad inmediata de que se cumplan sus deseos y por ello usa el estilo directo en esta parte para que aumente la credibilidad en lo que expresa.
La presencia en este poema del adjetivo es constante y fundamental acompaña a los sustantivos, siendo adyacente del mismo y valorándolos en casos como “tranquila noche”, “nostalgias amargas”, “divino jazmín”, “siderales éxtasis” o “reina oriental”. Su función es intentar dar cuenta máxima de lo que se halla sintiendo el yo poético y transmitirnos todas sus sensaciones.
Debemos citar a los determinantes posesivos que encontramos en “mis nostalgias” o “mi alma” debido a que permiten identificar a un yo poético que aparece explícito en el poema. De este mismo modo, el pronombre personal átono que aparece enclítico al verbo en “dejarte” puesto que nos permite identificar al tú receptor, la amada identificada con Venus, misma identificación que observamos en el pronombre personal tónico ti en el noveno verso, mismo lugar donde aparece el determinante posesivo “tus”.
La ausencia de adverbios en la composición la relacionamos con la necesidad máxima de expresión de sentimientos, el yo poético necesita transmitir toda su angustia y melancolía y por ello prescinde de los adverbios, en su lugar, preferirá los complementos circunstanciales que comentaremos en el sintáctico para contextualizar el poema.
Por último, como figuras retóricas propias de este nivel, citamos poliptoton que se produce en “amante, “amar”, así como en “miraba, mirar”. La repetición de estas palabras con distintos morfemas flexivos guarda estrecha relación con la necesidad del yo poético de amar a Venus que es quien le mira puesto que no puede ofrecerle nada más que su “triste mirar”. Igualmente, destacamos las anáforas que se producen en el inicio de los tres primeros versos que comienzan con la preposición “en” que provoca que un aumento de la tensión poética al comenzar de la misma manera, lo que nos evoca unos tintes de desesperación por parte de nuestra voz poética.
Para la realización del plano sintáctico, seguiremos la terminología y los preceptos marcados por la Nueva gramática de la lengua española de la Real Academia de la Lengua Española.
En primer lugar, observamos que lo más destacable es la presencia de oraciones simples, pese a que también encontramos subordinadas que comentaremos. Destacamos esto debido a que la simpleza de las oraciones, cortas y sencillas, son relacionables con la melancolía de la voz poética quien no se halla con fuerzas para expresar largos y rocambolescos períodos oracionales. La expresión de sus sentimientos necesita mostrarse con oraciones simples y por ello comienza y acaba de la misma manera, con dos oraciones simples por lo que podríamos aludir a una estructura sintáctica circular.
En la primera estrofa encontramos tres oraciones simples. Las dos primeras son más sencillas y cortas frente a la tercera que presenta una subordinada adverbial de modo con usando como nexo “como” seguido del participio “incrustado” que se relaciona con el aumento de angustia del yo poético. Lo más destacable es, de hecho, los circunstanciales de las oraciones simples predecesoras puesto que nos permiten conocer cuándo sucede lo descrito “en la tranquila noche”, dónde se encuentra su amada “en el obscuro cielo” y la causa por la que comienza su paseo nocturno “en busca de quietud”.
A continuación, observamos que la estructura sintáctica comienza a dificultarse puesto que la segunda estrofa es un periodo oracional cuya estructura es hipotáctica debido a que el atributo del verbo copulativo “parecía” aparece en dos proposiciones subordinadas sustantivas de atributo unidas por la conjunción disyuntiva “o”. En la segunda proposición, encontramos una subordinada adjetiva función de adyacente “levada en hombros” sin nexo, usando el participio con complementos que dependen de él. Esta dificultad en la estructura se relaciona con el aumento de ansiedad del yo poético al comenzar el recuerdo directo de su amada.
Los cuatro siguientes versos, desde el noveno hasta el décimo primero, recoge un estilo directo, mezclando así con rasgos propios de la narración que contribuyen a la necesidad de dar cuenta de manera objetiva lo sucedido con el yo poético y su conversación alegórica con su amada. Tras el vocativo “¡Oh, reina rubia!” y el verbo introductor del estilo directo “díjele” le sigue el sintagma nominal sujeto en cuyo predicado encontramos una sucesión de subordinadas sustantivas de complemento de directo relacionadas entre sí de manera paratáctica a través de la coordinación copulativa con el nexo y “dejar su crisálida, y volar hacia ti, y tus labios de fuego besar; y flotar en el nimbo” a la que se le une una subordinada adjetiva especificativa de complemento del nombre cuyo antecedente expreso es “nimbo”. Esta sucesión de subordinadas unidas por coordinación casan perfectamente con el sentimiento de angustia de nuestro yo poético y con la necesidad de transmitir de la manera más objetiva la ansiedad que siente durante su conversación así como la necesidad de contarle todos sus deseos. Por último, se le añade, usando también la coordinada copulativa la proposición “y en siderales éxtasis no dejarte un momento de amar”, a modo de conclusión de lo que implica su necesidad.
Por último, los dos últimos versos, con oraciones simples, cierran la composición de la manera más simple posible que se relaciona con la respuesta de Venus, de su amada, quien no puede responder a lo comentado anteriormente.
Como figuras sintácticas propias de este nivel, citamos el hipérbaton casi constante que se produce en todo el poema puesto que desordena el orden lógico sintáctico establecido de nuestra lengua para otorgar énfasis en lo que el yo poético quiere transmitir por eso comienza con circunstanciales. Sin embargo, en el final de la composición se respeta este orden lógico para intentar culminar de la manera más sencilla y natural posible. También señalamos el apóstrofe “¡Oh, reina rubia!” que nos permite identificar el tú receptor y el polisíndeton comentado en el nivel anterior.
Para la realización del plano léxico-semántico seguiremos las recomendaciones establecidas por Paraíso en la obra indicada anteriormente.
En primer lugar, y con el fin de estructurar nuestro estudio, señalaremos “crisálida” como palabra clave debido a la magia y la multitud de sensaciones que nos transmite este término y que identificamos con el yo poético, con su cuerpo que encierra a su alma, como una cárcel de la que necesita escapar para reunirse con su amada. Igualmente, podemos entender el poema con cuatro grandes imágenes que se hallan interrelacionadas entre sí ya que es posible desgranar todo el contenido del poema en dos parejas de términos: amor y muerte, luz y oscuridad. El amor y la oscuridad, de manera paradójica viene otorgado por nuestro yo poético mientras que la muerte y la luz por Venus, por ello, uno no puede existir sin el otro puesto que se necesitan para formar una unidad.
Desde el inicio del poema, observamos como nuestro yo poético se encuentra en un lamentable estado anímico, la nostalgia le invade, se encuentra enfermo de melancolía la cual le impide dormir, asolado por el insomnio y por ello decide pasear por una noche que establecemos como veraniega por el adjetivo tranquila. Esta tranquilidad de la noche cuyo cielo es obscuro, usando el grupo culto “bs”, se establece como antítesis de su estado anímico, invadido por “nostalgias amargas”. Para tratar de calmar esta ansiedad y huyendo del calor de la noche, decide pasear por un “fresco y callado jardín” en busca de sosiego. Este jardín por su cualidad de “callado” lo identificamos con un cementerio debido a que también puede encontrarse callado por la ausencia de fuentes ya que el rumor del agua no interrumpe la tranquilidad de la noche y debido a esta ausencia de agua ya encontramos aquí la primera imagen de muerte que simboliza a la amada ya fallecida. En este jardín, en el cementerio donde seguramente se halle sepultada su amor en descanso eterno, es el lugar donde puede vislumbrar a Venus, a la que le atribuye la cualidad de belleza evocando así a la hermosa diosa del amor Venus, equivalente a la bella Afrodita griega. Venus, personificada, aparece “temblando” debido a que aún no ha llegado el amanecer y por tanto, no se encuentra luciendo con toda su majestuosidad de “lucero del alba”. Esta sensación titilante de Venus se relaciona también con la tristeza que le invade a la amada al contemplar, desde el cielo, el deplorable estado anímico del yo poético. La quietud a la que hemos hecho referencia se encuentra interrumpida por el maravilloso olor que otorga el “divino jazmín” puesto que es una flor cuyas tonalidades amarillas se relacionan con la melancolía y cuyo olor es más intenso durante la noche. Igualmente, podemos tomar la cualidad que atribuye de “dorado” al jazmín como un epíteto debido a que repite el color que por sí solo encierra el término “jazmín” pero creemos que este énfasis es para contextualizar que nos encontramos en la estación estival que todo lo seca y todo lo vuelve dorado que se relaciona con nuestro propio yo poético quien se encuentra yermo tras la pérdida de su amada.
A continuación, nuestro yo poético, evadido por la tranquilidad y serenidad de la noche y el cementerio, puede evadirse en sus propios recuerdos e imágenes simbólicas buscando sosiego a su espíritu. Para ello, incide en sus sentimientos amorosos, guardados en su “alma enamorada” identificando a su amada con la más hermosa reina oriental, huyendo así a reinos exóticos y lejanos en busca de calma y paz para su espíritu. La imagina recorriendo las calles como la mujer más hermosa y poderosa que jamás haya conocido y por ello, como reina colmada de joyas, pasea a hombros de sus súbditos en el “palanquín”.
Seguidamente, comienza el momento más intenso del poema y, a su vez, el más hermoso por la condensación de imágenes que en los siguientes versos encontramos. El yo poético reproduce una conversación que mantiene con su amada, simbolizada en el astro. Se dirige a ella como reina rubia, idealizándola, recuperando de esta manera el canon de belleza renacentista lo que, en este caso, nos puede resultar paradójico si tenemos en cuenta que también la ha identificado con una reina oriental por lo que entendemos que su amada, idealizada, a una manera casi divina por su posición en el firmamento, guarda en ella misma los más bellos rasgos tanto de oriente como de occidente, siendo así su belleza hiperbólica.
En este momento descubrimos la triste intención del yo poético que quiere abandonar “su crisálida”, usando este tecnicismo científico para referirse a que él se siente como un gusano meramente que, escondido en su crisálida, aguarda el momento en el que se rompa para poder por fin ser mariposa, para que su alma abandone el cuerpo terreno y, como las mariposas, a semejanza de Oberon infinito, poder ascender hasta el reino más allá de la vida para poder, por fin, encontrarse con su amada.
Comprendemos en este momento, que el yo poético desprecia su vida terrena y ansía la espiritual. La vida para él ya carece de sentido puesto que todos sus deseos no pueden cumplirse en la Tierra pero sí en el espacio, dónde se encuentra su amada a la que de desea besar y recostarse junto a ella para poder “en siderales éxtasis” no dejarla de amar. Esta imagen, este deseo ardiente que siente nuestro yo poético a semejanza de metáfora es la más hermosa de toda nuestra composición puesto que resume la intención del yo poético y es el tema en sí, desea unirse a su amada “en siderales éxtasis”, abandonar la vida terrena, abandonar su propio cuerpo que es la cárcel de su alma, abandonar toda clase de sufrimiento para poder regresar junto con su amada y así dedicarse a amarla “en éxtasis”.
Establecido esto, observamos la prosopopeya “el aire de la noche refrescaba” en simetría con Céfiro quien insufla aire suavemente para refrescar “la atmósfera cálida” que simboliza la noche veraniega y el sentimiento amoroso del poeta. Céfiro entra en escena para intentar calmar con su brisa la melancolía del yo poético y para apartar las nubes que escondan el brillo de Venus puesto que su amada le responde, con su brillo, desde un lugar concreto que es el abismo. Venus tiene un “triste mirar”. Tomamos esto como una respuesta propia de Venus pero pensamos que quien se encuentra en el abismo no es Venus en su horizonte cósmico sino nuestra voz poética que colmado de tanto sufrimiento y nostalgia y tras descubrir que su mayor deseo es “abandonar la crisálida” se ve impelido a suicidarse ayudado por la suave brisa de Céfiro que le empuja desde un abismo y así, con ese viento de la noche, poder por fin volar y reunirse con su amada la cual tiene un “triste mirar” debido a que no puede evitar sentir una profunda tristeza al comprender las intenciones de nuestro yo poético por lo que le contagia la nostalgia que se refleja en ese triste mirar haciendo que su brillo parpadee.
Para comenzar con la intertextualidad que suscita nuestro poema, en primer lugar, debemos hacer una breve reseña sobre la historia del soneto ya que es el esquema métrico de nuestra composición. El soneto, realmente, no es una forma pura de la lírica castellana sino que la adaptamos de la italiana debido a que esta forma métrica surgió con las innovaciones de Petrarca y el Dolce stil nuovoen la poesía itálica. De esta manera, el primer poeta castellano que versificó en sonetos fue el célebre Iñigo López de Mendoza, el Marqués de Santillana, con los Sonetos fechos al itálico modo, los cuales no gozaron de fama ni repercusión en la época, el siglo XV. La lírica castellana tuvo que esperar hasta el año 1525, momento en el que el embajador veneciano Andrea Navaggiero coincide con Juan Boscán en Granada, en la boda del emperador y aprovecha este encuentro para presentarle las nuevas formas poéticas italianas. Boscán, ensimismado por lo presentado, versifica en soneto pero no consiguió sacarle el máximo jugo a esta versificación pero sí su amigo y coetáneo Garcilaso de la Vega quien supo llevar a la máxima expresión el soneto que vio como un mecanismo idóneo para expresar la belleza de la juventud, de la amada y de la pasión amatoria. A partir de este momento, el soneto es muy utilizado por los renacentistas y barrocos, destacan Góngora, Francisco de Quevedo y Lope de Vega. En los siglos XVIII y XIX sigue siendo cultivado pero pierde cae en desuso al observar los neoclásicos y románticos otros esquemas métricos como las silvas o los romances que casaban mejor con la expresión poética del momento. Como ejemplo del XVIII podemos citar algunas composiciones de Nicasio Gallego, por otro lado, del XIX podemos citar a Zorilla quien realizó algunas series en sonetos. En el siglo XX se vuelve a recuperar la tendencia a escribir en sonetos gracias a la influencia del parnasianismo y del simbolismo francés, como realiza nuestro autor en el poema que hemos analizado u otros autores como los Sonetos del amor oscurode Federico García Lorca.
En otra línea, establecemos que la lectura del poema nos suscita una evasión a los reinos lejanos que nos recuerda a Cleopatra, eterna reina egipcia quien, al igual que nuestro yo poético y descrita por Shakespeare, también tenía “ansias inmortales” porque ya oía a su amado, Antonio, que la llamaba desde la muerte por lo que vio inmediata la necesidad de suicidarse. Misma imagen que recoge nuestro poema. Siguiendo en esta línea, el poema nos hace recordar una sucesión de amores trágicos que han sido plasmados en la literatura universal. Así, citamos en primer lugar a Dido y Eneas historia que se recrea en el Libro IV de la Eneida pero citaremos la carta recogida en las Geórgicas que la reina dedica a Eneas en la que, momentos antes de suicidarse, le recuerda a Eneas que jamás nadie le dará una tierra para que la posea como hizo ella que le brindó toda la región de Cartago que ella misma fundó por eso con la bella imagen con la que comienza la carta “como cuando canta el blanco cisne cuando la muerte le llama” ella establece una serie de ruegos y recuerdos antes de suicidarse con el bebé que en sus entrañas se encontraba gestándose. Ella como el blanco cisne, se suicida al igual que nuestro yo poético que nos hace recordar el ballet El lago de los cisnesde Tchaikovsky. Igualmente, recordamos otros amores que acabaron en suicidio: Ero y Leandra quien se bebe las epístolas intercambiadas que le provocan la muerte, al igual que podemos entender lo establecido en nuestro poema como una última carta a la amada. Recordamos también a Píramo y Tisbe o Romeo y Julieta.
Si establecemos una identificación de Venus con la propia Muerte, nos hace recordar las danzas de la muerte medievales que invitaban a bailar, al igual que Venus con su brillo hipnotiza a nuestro yo poético y le conduce, sin quererlo, al suicidio. Esta imagen de la Muerte como mujer también la encontramos, siglos después, en Cien años de soledad de Gabriel García Márquez y al momento en el que la Muerte, como una hermosísima mujer vestida de azul, invita a Amaranta Buendía a coser su propia mortaja, retrasando el momento de la última puntada tanto tiempo como ella quisiera por lo que nos encontramos, también, con la imagen del suicidio ya que Amaranta conocía que el momento en el que terminara la tarea, llegaría la Muerte para conducirla al descanso eterno.
En otra línea, esta unión entre el alma de nuestro yo poético con la Venus divina que es su amada, también nos hace recordar la mística de San Juan de la Cruz o Santa Teresa debido a la palabra clave “éxtasis”. De esta manera, nuestro yo poético ha conseguido divinizar a la amada quien, recuperando los tintes del petrarquismo, logrará interceder por él en la vida espiritual y colocarlo junto a él, en el firmamento, como una estrella en la órbita de Venus y juntos brillar y conseguir, así, la eternidad en el amor que se profesan.
Concluimos nuestro poema señalando que nos encontramos ante una bella recreación de una nostalgia que a su vez es tan hermosa que el yo poético consigue contagiarnos de todos sus sentimientos y hacer que busquemos en el alba a Venus para poder ser partícipes de su dolor. Desde la perfecta métrica con el dolor que imprime la /i/, pasando por los bellos sustantivos abstractos que acompañados de los adjetivos nos permiten imaginar la escena descrita por el yo poético o deteniéndonos en la majestuosa sintaxis que presenta el poema, todo el conjunto nos permite adentrarnos en el yo poético y hacernos sentir la inmensidad del amor que profesa.
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