PRIMERA ESCENA
En el escenario, el cual tiene como fondo a un hermoso jardín, procedente
de la pradera de Nisa, se encuentran en cada extremo dos musas del arte, ERATO,
musa de la poesía lírica, y URANIA, musa de la ciencia y de la astronomía. Cada
una está colocada como si fueran dos estatuas helénicas.
ERATO y URANIA se miran muy lentamente y, haciendo los mismos
movimientos, como si fueran un mismo reflejo, se acercan al primer término
central del escenario. Una vez ubicadas en el centro del escenario, ERATO da un
paso al frente.
ERATO: ¡Bienvenidos seáis, mortales! Me llamo Erato
y soy una de las nueve musas del arte y de la cultura, la musa de la poesía
lírica. Soy aquella que inspira a los poetas, la que le otorga la llama para
inspirarles mientras se encuentran en las tinieblas.
URANIA: Y yo
soy Urania, la musa de las ciencias y de la astronomía. Mi talento es ayudar a
desentrañar los enigmas que oculta nuestra naturaleza a partir del estudio
científico.
ERATO: ¡Bah!
(Haciendo la señal de las comillas con los dedos) “estudio científico” (Pausa)
¡Tonterías! La belleza de la cultura está en el arte, en la literatura, en el
bello don de la palabra… no en los cálculos exactos procedentes de las
Matemáticas (Acusándola) ¡Por tu culpa se están destripando el encanto de las
letras!
URANIA: (Muy
cansada de escucharla)¡Otra vez igual! Siempre estás con la mismo canción y ya
empiezas a repetirte, hermanita. (Pausa) Solo doy una versión alternativa, la
cual puede ser más auténtica, no lo niego, a la que tú dedicas a inspirar.
ERATO:
¡Versión alternativa! (Gritándole) ¡Estás cargándote todas las grandes
historias de nuestra cultura! ¿O no recuerdas lo que hiciste con la historia de
Narciso y Eco?
URANIA: ¿Y qué
es lo que hice, Erato? A partir de un estudio de la resonancia pude explicar la
creación del eco. En ningún momento negué tu versión.
ERATO: No, no
la negaste, es cierto, pero a causa de ello mucha gente dejó de interesarle el
mito de la pobre Eco.
URANIA: Mira,
hermana, cada una se ocupa de su terreno. Tú inspiras a poetas y yo a los
científicos. Si no te gusta, lo siento, pero es lo que hay.
ERATO: Pues
compitamos, Urania. Demostremos al mundo (señala al público) distintas
versiones de un fenómeno propio de la naturaleza y que sean ellos que elijan.
Si piensan que tu historia es mejor, aceptaré sin rechistar la versión
“científica” de nuestras historias. ¿Qué dices? ¿Aceptas el trato?
URANIA: Como
quieras, caprichosa. En fin, y ¿ha pensado la señora que historia vamos a
contar?
ERATO: (Hace
gestos como si estuviera pensando) Ummm (Se le ilumina la cara) ¡Ya lo tengo!
Dentro de poco es el cumpleaños de Ceres, la diosa de la agricultura, la madre
tierra. Podríamos contar lo que le sucedió.
URANIA: Erato,
es una historia un poco personal… Como se entere Ceres que estamos contando
aquella rencilla familiar, nos manda de una patada al inframundo.
ERATO:
Contémosla. Seguro que el mundo está dispuesto a escuchar las dos versiones.
Como ha sido idea mía, empieza contando primero tu versión.
URANIA: (Se
ubica en el centro del escenario y levanta los brazos) Soy Urania, musa de la
ciencia y de la Astronomía, y vengo dispuesta a contar la historia científica
del origen de las estaciones. No en todos los lugares de la Tierra, su
superficie recibe la misma cantidad de calor. Como la Tierra es curva y su eje
está inclinado, los rayos llegan perpendicularmente a algunas áreas y
oblicuamente a otras. (Pausa) Mientras la Tierra gira en su órbita alrededor
del Sol, esa inclinación cambia gradualmente las áreas que reciben el calor del
Sol en forma más directa. Esto es lo que genera las estaciones y no la
distancia de la Tierra al Sol.
ERATO: (Con
los ojos muy abiertas) En serio, Urania, ¿Qué has hecho? ¿Dónde está Ceres? ¡No
aparece por ninguna parte! ¡Es una diosa olímpica!
URANIA: (La
mira con desprecio) Solo he contado la versión científica de la historia,
Erato. ¡Debes respetar las opiniones de los demás, descarada! Para ser
respetada, primero hay que respetar.
ERATO: Lo
siento, hermana, tienes razón. (Pausa) En fin, creo que ha llegado mi turno.
Pero para poder contarla, voy a necesitar un poco de ayuda (Se acerca a ella y
le pone ojos de cordero degollado) ¿Lo harás?
URANIA: Claro
que lo haré. No soy como tú y acepto las distintas formas de opinión.
ERATO: Haré como si no te hubiera
escuchado, Urania. (Ambas musas se sitúan
en cada extremo del escenario muy lentamente)
Somos las musas,
diosas del arte y de la cultura.
Inspirar es nuestra labor
Así como contar historias con amor.
No hay pasión más grande
Que sufren una hija y una madre.
A ellas, nuestras madres, dedicamos
esta composición
Ya que son ellas las que nos cuidan
con devoción.
SEGUNDA ESCENA
ERATO y URANIA se ubicarán a cada lado del escenario, simulando ser
estatuas de orden corintio. De pronto, entra una chica hermosa. Lleva una
túnica larga con motivos florales. Tiene entre sus brazos un cesto lleno de
flores.
PERSÉFONE:
Madre, tenía razón. Sin duda, la pradera de Nisa es uno de los parajes más
hermosos de la tierra. Nunca había visto flores tan extravagantes y tan bellas
como estas (Coge una flor del cesto y la muestra al público, al cual mira con
atención) A lo mejor os preguntáis que hago aquí, en mitad de esta pradera.
Dentro de poco es el cumpleaños de mi madre, Ceres, diosa de la agricultura, la
Madre Tierra, y me encantaría hacerle una corona de flores silvestres para que,
cuando esté reunida con mis tíos y tías en las asambleas olímpicas, todos
admiren su fragancia.
De fondo, Ceres, diosa de la agricultura, empieza a llamar a su hija.
CERES: (Voz en
off) ¡Perséfone! ¡Hija mía! ¿Dónde estás?
PERSÉFONE:
¡Por Zeus! ¡Es madre! Tengo que esconder el cesto, sino se enterará de la
sorpresa.
CERES: (Voz en
off) ¡Hija! ¿Dónde te encuentras? ¿Estás por aquí?
PERSÉFONE:
(Esconde el cesto detrás de unas rocas) ¡Estoy aquí, madre!
Entra en el escenario CERES.
CERES: (Dirigiéndose a ella) Hija mía, aquí estás
(Le da un abrazo) ¡Me tenías tan preocupada! Imaginé que deberías estar en la
pradera de Nisa, ya que me preguntaste el otro día por ella. Pero, hija, por
favor, no vuelvas a salir de casa sin decirme dónde te encuentras en cada
momento. Aún eres muy joven y no sé qué me pasaría si algo malo llega a
pasarte.
PERSÉFONE:
Madre, no se preocupe tanto por mí. Aunque no lo creas, ya soy toda una
doncella. Pronto cumpliré la mayoría de edad.
CERES: ¿Tan
pronto ya? (Le vuelve a dar un abrazo) Fuiste una bendición, mi querida
Perséfone. Siempre soñé con tener una hija y mis hermanos y hermanas me
bendijeron con este don (le toca la cara con amor) Y, ¿puede saberse que hacías
sola en este lugar?
PERSÉFONE:
(Muy nerviosa) Es un secreto, madre. Me encantaría poder contárselo, pero es
una sorpresa.
CERES:
(Empieza a reírse) Seguro que estabas preparando algo para mi cumpleaños. Todos
los años siempre haces lo mismo. ¿Te acuerdas cuando fuiste a los pies del
monte Olimpo para buscar unas lapislázulis para hacerme un collar azul a juego
con mis ojos?
PERSÉFONE:
(Muy sonrojada) ¿Tan predecible soy?
CERES: ¡Eres
muy inocente, hija! (Ríe a carcajadas. De pronto, mira al sol y muestra cara de
preocupación) Ya llego tarde. Zeus se enfadará muchísimo otra vez.
PERSÉFONE:
¿Qué sucede, Madre? ¿Todo va bien?
CERES: No lo
sé, hija. Zeus ha convocado una reunión urgente en el Olimpo. Normalmente,
suele avisarnos con anterioridad. Algo debe estar tramando. En fin, debo
marcharme. (Dándole un beso en la mejilla) Por favor, hija, no llegues tarde a
casa. Ya sabes lo que me preocupa que llegues tarde.
PERSÉFONE: Lo
sé, Madre. No se preocupe, antes de que se oculte el sol, estaré en casa.
CERES: Te
quiero, hija mía. No sé qué haría sin ti.
CERES abandona el escenario. En el instante en que se marcha, PERSÓFONE
se queda inmóvil, ya que ERATO se acerca a la joven.
ERATO: (Tocándole
la mejilla y mirando al público) No hay nada tan bello como el amor entre una
madre y una hija. Sin embargo, esta felicidad llegará pronto a su fin, puesto
que esta asamblea convocada por Zeus es un ardid, ya que el dios de los dioses
tramó con su hermano Hades, dios del inframundo, una perversa reunión. A cambio de que Hades no soltase a
los temibles titanes, Zeus le prometió la mano de Perséfone. Pero, ¿cómo
arrebatarle a Ceres su bien más preciado? Observar lo que sucede a continuación
y hacedme caso, nunca os fiéis de un extraño.
PERSÉFONE:
(Mira a su alrededor, comprobando que no hay nadie, y recoge su cesto) ¡Casi se
da cuenta de lo que estaba tramando! De todos modos, sabe que estoy
preparándole una sorpresa. (Repara en el
contenido del cesto) Creo que ya tengo suficientes flores. Me pondré manos a la
obra para hacer la corona y, cuando llegue a casa, se la daré. ¡Qué emoción!
¡No puede esperar a dársela!
HADES, dios del inframundo, sale al escenario entre las sombras. Lleva
puesta una túnica negra. Es muy hermoso, sin embargo, su porte inspira terror a
todo aquel que le mire.
HADES: ¡Bella
Perséfone! ¡Qué buena hija eres!
PERSÉFONE: (Se
gira para saber quién es el que le habla. No puede evitar asustarse ante la
terrible mirada de Hades) ¿Quién es usted? ¿Cómo sabe mi nombre?
HADES:
Querida, ¿no me reconoces?
PERSÉFONE: No,
señor. En absoluto (Se levanta y recoge el cesto, el cual se le había caído
tras ver al siniestro dios)Creo que se me está haciendo muy tarde. Es hora de
regresar a casa.
HADES: ¿Es así
cómo recibes a tu tío Hades? Pensé que mi querida hermana Ceres te había
educado mejor.
PERSÉFONE:
¿Hades? ¿Eres Hades, dios del inframundo, uno de los tres grandes olímpicos?
¿No debería estar reunido en la asamblea?
HADES: (Se
acerca a ella) No, querida. El dios del inframundo no puede acceder al Olimpo
en ningún concepto. Ya sabes, a causa de la repartición del mundo y toda esa
historia que algún día te contaré. (Pausa) En fin, ¿No le vas a dar un beso a
tu tío?
PERSÉFONE:
Claro, tío. (A pesar de saber quién es, se acerca con mucho terror y le da un
beso en la mejilla)
HADES: Sabía
que eras hermosa, Perséfone, pero la diosa Afrodita se arrodillaría ante ti. No
me extraña que seas tan querida por todos.
PERSÉFONE:
Gracias, tío, le diré a mi madre la dulzura de sus palabras. Pronto terminará
la reunión y debo regresar antes de que llegue a casa mi madre.
HADES: Querida
Perséfone, no te preocupes tanto por ella. Sólo te retendré unos minutos más.
Sé lo que estabas preparando. Una corona de flores para tu dulce madre. Pero,
¿no te gustaría regalarle otra cosa? No sé (dubitativo) una corona de diamantes
negros, por ejemplo.
PERSÉFONE: No,
tío. Mi madre es la madre naturaleza. A ella le gusta todo lo que es artesanal.
Sé que preferirá una corona de flores ante que tan valioso obsequio.
HADES:
Perséfone, querida, le agarra de la cintura, mi propósito es otro (La mira a
los ojos) Te amo, te deseo. Quiero que te unas a mí y te conviertas en mi
reina.
PERSÉFONE:
¿Cómo? ¡Ni hablar! No le conozco y es usted el hermano de mi madre. ¡Jamás me
casaría con usted! (Le da un empujó y se suelta de sus brazos)
HADES: En fin,
no quería llegar a esto, pero, si hay que ser el malo, que así sea. (Levanta
los brazos y Perséfone se aprieta el cuello. Algo le está asfixiando)
PERSÉFONE:
¿Qué me sucede? ¿Me estoy asfixiando? ¿Alguien me está agarrando del cuello?
HADES:
Querida, no sabes quién soy. Soy el dios de las tinieblas, de los muertes, el
rey del infierno. Todos se doblegan ante mí. Si exijo tu mano, nada ni nadie me
lo puede negar. Ni siquiera mi hermano Zeus. ¿No sabes que tu gran y poderoso
tío Zeus está de acuerdo con esto y ha convocado esa dichosa reunión solo con
el único propósito para que tu madre esté entretenida y no sepa que sucederá
contigo?
PERSÉFONE: (Se
pone de rodillas agarrándose el cuello) No, tío, por favor, no haga eso. Por
favor, se lo suplico.
HADES: No,
Perséfone, haré lo que me plazca. Eres mía y te llevaré al inframundo con el
fin de convertirte en mi reina y juntos pasaremos el resto de la eternidad.
PERSÉFONE
(Gritando) ¡¡¡No!!!
HADES: (Hace
el gesto de apretar más las manos, cayendo Perséfone al suelo, desmayada) Sí,
querida. (La coge entre sus brazos) Al fin eres mía. Nada ni nadie volverá
jamás a separarnos.
Salen juntos del escenario. URANIA rompe su pose y se sitúa en el lugar
exacto dónde han caído las flores de PERSÉFONE.
URANIA: ¡Pobre
Perséfone! Secuestrada por el dios del inframundo. A saber cuál será su
desdichado destino. Sin embargo, algo terrible está a punto de acontecer.
Terminada la reunión, Ceres llega a su hogar y descubre que su hija no está.
Tan grande es el susto que se lleva que decide volver a la pradera en busca de
Perséfone. (Vuelve al extremo del escenario y adquiere la postura de columna
corintia) En ese instante, entra Ceres.
CERES:
¡Perséfone! ¡Hija! ¿Dónde estás? (Se sitúa en el centro del escenario) Estoy
segura de que aquí fue donde se encontraba la última vez que nos vimos.
(Gritando) ¡Perséfone, hija mía! ¿Dónde te encuentras? (Mira a su alrededor y
descubre el cesto de flores tirado en el suelo) ¡Por todos los dioses! ¿No es
este el cesto que Artemisa le regaló el día de su decimosexto cumpleaños? (Lo
recoge) Lo es, estoy segura (Lo huele) Tiene el aroma de mi hija. No hay duda.
Pero, ¿qué hace arrojado en el suelo? (Gritando) ¡Perséfone! ¡Perséfone! (Mira
a su alrededor, se pone de rodillas y empieza a llorar) ¡Mi hija, mi dulce e
indefensa hija! ¡Han secuestrado a mi hija! Mas, ¿quién ha sido el responsable
de tal suceso?
TERCERA ESCENA
ERATO y URANIA se miran, rompen su postura solemne y juntas se sitúan en
el centro del escenario, en el cual hay dos campesinos, arrodillados mirando al
público.
ERATO: Hace
días de la desaparición de Perséfone.
URANIA: Nueve
días y nueve noches.
ERATO: Ceres
deja de lado su labor como diosa de la agricultura.
URANIA:
Bosques, campos y espesuras mueren con amargura.
ERATO: Ni
siquiera Zeus puede evitar tan terrible mal.
URANIA: El
mundo ha empezado a agonizar.
Vuelven a apartarse y se ubican a los extremos del escenario. Los
campesinos toman la palabra.
CAMPESINO 1:
Dioses del Olimpo, me llamo Paros de Nexos. Durante toda mi vida he trabajado
como agricultor, he sido un hombre honrado, he dado todo lo que tenía para que
mis hijos pudieran vivir. Sin embargo, algo terrible está pasando. Desde hace
nueve días y nueve noches, nuestros campos se han marchitado. Los árboles se
han secado, los frutos se han podrido, de la tierra no nace nada. Si todo sigue
así, pronto moriremos de hambre.
CAMPESINO 2:
Dioses del Olimpo, yo soy Castor de Ítaca. Decidnos qué debemos hacer. Por más
que sembramos o recolectamos, no hay frutos para poder sobrevivir. Mi familia
está hambrienta. Si esto sigue así todos moriremos.
CAMPESINO 1: Miles
de sacrificios han hecho los ciudadanos de Nexos a todos los dioses, en
especial a Ceres, diosa de la agricultura. Pero la diosa ya no nos escucha.
¿Qué es lo que sucede? ¿Qué mal hemos hecho para sufrir este castigo?
CAMPESINO 2:
Escucha, Ceres, nuestro ruego. Sin ti, el mundo está acabado, sin ti, no hay
vida y sin ti, el mundo sucumbirá.
Los dos campesinos bajan su cabeza y empiezan a rezar. De pronto, con una
antorcha en mano, aparece Ceres, diosa de la agricultura.
CERES: (Mira a
los mortales con desprecio) ¡Mortales egoístas! ¡Únicamente se preocupan por
sus propios asuntos! Hasta que no encuentre a mi dulce Perséfone, no haré nada
por nadie en la Tierra. Si este mundo ha de morir, pues que muera. ¿Es que
nadie se preocupa por mi dulce hija? ¿Por qué nadie me ayuda a encontrarla?
¿Por qué nadie me dice dónde se encuentra? ¡Hija mía! He recorrido todo el
mundo de lado a lado y sin rastro de ti. ¿Dónde estarás?
De pronto, se escucha un trueno y entra en el escenario Hermes, mensajero
de los dioses.
CERES:
¿Hermes? ¿Eres tú? ¿Qué es lo que quieres de mí?
HERMES:
Querida Ceres, vengo en nombre de Zeus, dios de dioses. Te exige que ocupes tu
puesto como diosa y te encargues de tus labores. Mira a tu alrededor. No ves lo
que está sucediendo. Todo se está marchitando. Los mortales están muriendo de
hambre. De la tierra no nace nada. El agua dulce se está secando. Si todo esto
sigue así, pronto dejaremos de existir también nosotros, ya que si no viven los
mortales para que oren por nosotros, moriremos y caeremos en el olvido.
CERES: Una
vida sin mi hija es una vida vacía. Si el mundo ha de morir, pues que muera. No
quiero saber nada, Hermes. Hasta que no vuelva a tenerla entre mis brazos, no
me preocuparé por la Tierra.
HERMES: Ceres,
querida hermana, ¿no lo entiendes? ¡Caeremos en el olvido, muriendo por ello!
Cuando Zeus me comentó lo importante que era tu labor, nunca le creí. (Pausa)
En mi opinión, creo que eres una de las diosas más importantes del Olimpo. Por
favor, (se arrodilla) te lo ruego, haz que la tierra vuelva a ser lo que era.
CERES: Hermes,
levántate, eres el mensajero de los dioses. Aunque quisiera, no podría hacerlo.
Perséfone era mi esencia, mi alma. Sin ella, no soy nada. Sin ella, el mundo
tendrá que morir y con ello, todos nosotros.
HERMES: Sé que
lo que voy a hacer está mal. Romperé una promesa.
CERES: ¿Cómo?
¿No te entiendo? ¿Qué quieres decir con eso?
HERMES: Ceres,
sé dónde se encuentra Perséfone.
CERES:
(Gritando) ¿Cómo? (Le agarra del cuello) Has dejado que esta tierra se muriera,
que yo me muriera por la pérdida de mi hija, y en todo momento sabías dónde se
encontraba. Dime, insignificante dios, ¿dónde está?
HERMES:
Suéltame, Ceres, te lo suplico (La diosa le suelta y le tira al suelo) Hace
nueve días, Zeus tuvo una reunión secreta con Hades. El dios del inframundo
estaba cansado de estar apartado de la vida del Olimpo y ser el dios de los
muertos, así que amenazó a Zeus de que soltaría a los titanes si eso seguía
sucediendo. Zeus solo pudo convencerlo entregándole la mano de tu hija. Sin embargo, sabía que nada ni nadie te
convencería para que entregaras a Perséfone al mismísimo Hades. Por eso, Zeus
tuvo que planear su secuestro.
CERES: No
puede ser…
HERMES: Por
este motivo, Zeus convocó aquella reunión. Para poder entretenerte, para que no
supieras lo que estaba haciendo Hades. Y así es, Ceres, tu hija se halla en el
inframundo, en el palacio funesto de Hades.
CERES: Te juro
Hermes que como todo sea mentira ni los mortales podrán salvarte con sus rezos.
HERMES: Te doy
mi palabra, hermana, te doy mi palabra.
CERES da media vuelta y sale corriendo del escenario para dirigirse al
inframundo. HERMES se queda solo en el escenario.
HERMES: Lo
siento, Zeus, lo hice por ti (sollozando) lo hice por ti. (Sale del escenario)
CUARTA ESCENA
El escenario simula el palacio de Hades, un palacio oscuro. En un extremo
se encuentra HADES sentado en su trono, junto a PERSÉFONE, la cual se sienta a
su lado.
HADES: Querida
Perséfone, cada día que pasas a mi lado te vuelves más hermosa. Sin lugar a
dudas, tú eres lo más hermoso que existe en el inframundo.
PERSÉFONE: No
sé si tomarme esto como un insulto o un cumplido (arrastrando las últimas
palabras), querido.
HADES: Tan
mordaz como siempre. ¿Sabes que eso es uno de tus mayores encantos, Perséfone?
PERSÉFONE: ¿Y
tú tienes alguno, Hades?
HADES: Los
suficientes para arrancarte esa lengua si sigues hablándome con ese tono,
querida.
PERSÉFONE: Lo
siento, mi señor.
HADES: ¿Mi
señor qué?
PERSÉFONE: Mi
señor Hades, dios del inframundo, el ser más hermoso que habita en estos lares.
HADES: ¿Has
visto lo fácil que es? (Le toca su mejilla) Hoy debemos ocuparnos de muchas
obligaciones, recuérdame que hay que hacer.
PERSÉFONE:
(Con resignación) Las parcas están teniendo problemas con su ojo del destino.
No paran de pelearse por saber quién es la que debe poseerlo en primer lugar.
Debes acudir y calmarlas, ya que si siguen así, el hilo de la vida de muchos
mortales siguen sin ser cortados.
HADES: ¿Qué
más?
PERSÉFONE:
Caronte te pide audiencia. Quiere un remo nuevo para su barca. Dice que el que
tiene ya está desgastado y podrido.
HADES: Pues
que se las apañe con el que tiene. Me niego a hacerle ningún favor a ese montón
de huesos. Espero que Cerbero le hinque pronto el diente.
De repente, un relámpago suena en mitad de la sala del palacio de Hades,
apareciendo con ello CERES.
CERES:
¡Maldito seas, Hades! ¿Dónde está mi hija? (Se percata de que Perséfone está en
la sala) ¡Hija! ¿Eres tú?
PERSÉFONE: (Se
levanta al verla) ¡Madre! ¡Madre! (Intenta correr hacia ella, pero algo la
retiene) ¡Ayúdame, por favor, ayúdame!
CERES:
¡Perséfone! (Se acerca hacia a ella, pero no puede, algo se lo impide) ¿Qué es
lo que has hecho, Hades? No le habrás dado… (Pausa) No puede ser.
PERSÉFONE: Sí,
madre. Así es. He comido del fruto del inframundo. Nada ni nadie podrá
separarme de los brazos de Hades. A él le pertenezco. Soy la reina del
inframundo hasta el fin de la eternidad.
CERES:
(Gritando) ¡No! Me niego a consentir tal designio.
HADES:
(Riéndose a carcajadas) ¿Te has fijado lo bien enseñada que la tengo? Así es,
Ceres, te presento a mi esposa. Al tercer día de permanecer aquí, tras tenerla
sin comer ni beber nada, solo tuve que darle un fruto de aquel árbol. Y ya
conoces las reglas, querida, tú, junto con los otros olímpicos, las ideasteis.
(Se vuelve a reír tras ver la cara de Ceres) Así que arrodíllate ante mi reina.
CERES: Hija
mía, lo siento tanto. Jamás pensé que sucedería algo tan terrible como esto
(Levanta la mano como si pudiera tocarla)
PERSÉFONE: Lo
sé, madre. Yo también lo siento. (Hace el mismo gesto que su madre)
CERES: Tu
agonía pronto se acabará, hija mía. Solo debes permanecer un mes más aquí. El
mundo no aguantará tanto sin mi labor divina. Pronto moriremos todos y
estaremos de nuevo juntas.
PERSÉFONE:
¡Madre, no, por favor! Piensa en la humanidad. No puedes permitir que ocurra
esto.
CERES: Aún no
eres madre, cielo. En el momento que lo seas, comprenderás todo lo que te digo.
Eres mi alma, mi esencia, sin ti no soy nada.
HADES: ¿Renunciarás
a ser diosa de la agricultura? ¿No sabes lo que eso significa? ¡Recapacita!
CERES: ¿Me
estás pidiendo algo, Hades? Tú, que me has arrebatado todo lo que más quería en
el mundo. No, Hades, ya conoces las reglas tú también.
ZEUS: (Voz en
off) Todos las conocemos, querida.
CERES: El que
faltaba por venir. (Entra en escena Zeus, dios de dioses, y Hera, diosa del
matrimonio) ¿Hera? ¿Eres tú? (Le da un abrazo a su hermana) Hera, hermana mía,
que desgraciada soy, ¿te has enterado de lo sucedido?
HERA: De todo,
querida, de todo, y no por mi queridísimo esposo, sino por Hermes. Acaba de
contármelo. Créeme, Ceres, si llego a saber que Zeus estaba preparando todo
esto, no lo hubiera permitido.
ZEUS:
(Enfadado) ¡Hera! ¡Me estás abochornando!
HERA: ¡El que
se abochorna eres tú, Zeus, consintiendo todo esto. Por tu culpa, Ceres, la
Madre Tierra, ha perdido a su hija y ya no se puede hacer nada a causa de tu
dichosa ley.
ZEUS: Así es,
Hera, así es (Mirando a Ceres) Ceres, créeme que esta era la única opción que
me quedaba. Amenazó con soltar a los titanes.
CERES: Pues
juntos hubiéramos luchado contra ellos y le hubiéramos derrotado otra vez, como
tiempo atrás. Somos los grandes dioses olímpicos, Zeus, y lo que has hecho no
tiene nombre. Podrías haberme consultado antes y haberlo meditado, pero no,
prefieres actuar por detrás, como actúa tu dichoso e infame hermano.
HADES: Te
recuerdo que estás en mi dominio, Ceres, no me faltes el respeto.
HERA:
¡Cállate, Hades! En bastante lío nos has metido todo por tus designios caprichosos.
(Mirando a Ceres) Pero, cariño, tenemos una solución, ¿a qué sí, Zeus?
ZEUS: Querrás
decir, tienes, Hera.
HERA: (Mirando
con odio) Como Zeus me debía unas cuantas, he conseguido que entre en razón y
va a hacer algo por ti. No es la mejor solución, pero al menos es algo.
CERES: ¿De
verdad?
PERSÉFONE:
¡Madre, volveremos a estar juntas, ya lo verás!
HADES: ¡Zeus,
recuerda mis palabras! ¡Si me la arrebatas, soltaré de nuevo a los titanes y
destruirán la tierra!
ZEUS: Créeme,
Hades, esta opción beneficiará a todos. (Se sitúa en el centro del escenario.
Los demás personajes se apartan) Por el poder que se me ha otorgado, yo, Zeus,
dios de dioses, permitiré que durante seis meses, Perséfone esté con su madre
Ceres, diosa de la agricultura.
PERSÉFONE: ¡Madre!
¿Has escuchado? ¡Volveremos a estar juntas!
CERES: Pero,
¿cómo que seis meses?
ZEUS:
(Enfadado) ¡No me interrumpáis! Sin embargo, durante los seis meses restantes,
a causa de haber tomado el fruto del inframundo, Perséfone regresará a lado de
su marido Hades, ejerciendo su labor como reina del infierno.
HADES:
¡Perfecto! Al menos seguiremos estando juntos, Perséfone.
PERSÉFONE: No,
por favor. Zeus, no permita tal hecho. Madre, haga algo.
CERES: No,
querida. Es la mejor opción que ha podido realizar Zeus. (Mirando a Hera)
Gracias, hermana. Sé que tú eres la que te has compadecido de mí.
HERA: Eres mi
hermana, Ceres. Por ti haría cualquier cosa, querida.
ZEUS: Pues que
así sea.
Salen todos los personajes excepto las musas, ERATO y URANIA. Ambas dejan
su pose de columna corintia y se acercan al centro del primer término del
escenario.
ERATO: Por
eso, cuenta la tradición que durante los seis meses que pasa Perséfone con su
madre, Ceres está tan contenta que la tierra vuelve a cobrar vida, los campos
floreces, el agua emana de las fuentes, creándose de esta forma la primavera y
el verano, pero, cuando regresa con su esposo, Ceres está tan triste que la
tierra vuelve a morirse poco a poco, conformándose los meses de otoño e
invierno.
URANIA:
Realmente tu versión literaria es preciosa, hermana. No lo puedo negar.
ERATO:
Gracias, hermana. La tuya tampoco estaba tan mal del todo.
URANIA: Sin
embargo, ¿sabes que es lo que más me ha gustado de tu historia?
ERATO: ¿El
qué?
URANIA: El
amor de una madre es el mejor tesoro que se puede tener, ya que madre, solo hay
una.
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