Estimados Poeliteratos:
En esta entrada os paso el comentario de texto poético del poema XX de Pablo Neruda, que pertenece a su obra Veinte poemas de amor y una canción desesperada.
Espero que os sea de ayuda.
Atentamente,
Alejandro Aguilar Bravo.

POEMA XX
PUEDO escribir los versos más tristes esta noche.
Escribir, por ejemplo: "La noche está estrellada,
y tiritan, azules, los astros, a lo lejos".
El viento de la noche gira en el cielo y canta.
Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Yo la quise, y a veces ella también me quiso.
En las noches como ésta la tuve entre mis brazos.
La besé tantas veces bajo el cielo infinito.
Ella me quiso, a veces yo también la quería.
Cómo no haber amado sus grandes ojos fijos.
Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido.
Oir la noche inmensa, más inmensa sin ella.
Y el verso cae al alma como al pasto el rocío.
Qué importa que mi amor no pudiera guardarla.
La noche está estrellada y ella no está conmigo.
Eso es todo. A lo lejos alguien canta. A lo lejos.
Mi alma no se contenta con haberla perdido.
Como para acercarla mi mirada la busca.
Mi corazón la busca, y ella no está conmigo.
La misma noche que hace blanquear los mismos
árboles.
Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos.
Ya no la quiero, es cierto, pero cuánto la quise.
Mi voz buscaba el viento para tocar su oído.
De otro. Será de otro. Como antes de mis besos.
Su voz, su cuerpo claro. Sus ojos infinitos.
Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero.
Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido.
Porque en noches como ésta la tuve entre mis
brazos,
mi alma no se contenta con haberla perdido.
Aunque éste sea el último dolor que ella me causa,
y éstos sean los últimos versos que yo le escribo.
Nos encontramos ante un poema en verso libre perteneciente al libro Veinte poemas de amor y una canción desesperada(1924), del poeta chileno Pablo Neruda. Esta obra se inscribe dentro del contexto del posmodernismo hispanoamericano, un movimiento que evoluciona desde el Modernismo pero que prioriza la expresión emocional, el lenguaje directo y la subjetividad amorosa frente a la estética formalista. El poema no pertenece a ninguna forma estrófica fija, lo que le permite adoptar un tono confesional, libre y melancólico.
La voz lírica se expresa en primera persona, marcando un tono profundamente subjetivo. Este yo poético recuerda un amor perdido, rememorando momentos compartidos con una mujer amada, a la que ya no tiene. La pérdida amorosa se configura como el eje temático del texto, donde la memoria, el dolor, el deseo y el tiempo conforman una atmósfera de tristeza y resignación. El yo poético oscila entre la afirmación de que ya no ama a la mujer y la confesón de que, tal vez, aún la quiere. La noche, con su inmensidad estrellada, funciona como marco simbólico que envuelve el lamento.
El tema central es el dolor por la pérdida del amor. Este se desglosa en motivos recurrentes como el recuerdo del cuerpo amado, la resignación ante la ausencia, la contradicción emocional y la soledad existencial. El poema también aborda temas secundarios como el paso del tiempo, la identidad cambiante del sujeto y la imposibilidad de aferrarse a lo que se ama.
La estructura del poema no responde a una organización estrófica regular. Está constituido por una sucesión de versos libres, divididos en estrofas irregulares. A nivel temático, podemos distinguir tres bloques: el primero establece el tono general de pérdida y evocación (versos 1-8); el segundo profundiza en los recuerdos físicos y emocionales de la relación (versos 9-22); el tercero expresa la lucha interna entre el olvido y la persistencia del amor (versos 23-32), hasta culminar en una resignación dolorosa en los últimos versos.
La función poética predomina a lo largo del poema, marcada por la riqueza de imágenes y la musicalidad del verso. La función expresiva también es esencial, pues el poema es una manifestación directa del dolor y la melancolía del yo lírico. Asimismo, hay trazos de función referencial en las descripciones del entorno nocturno y de los hechos pasados. Finalmente, la función apelativa aparece de forma implícita cuando el yo poético dialoga con la amada ausente o consigo mismo.
Para realizar el análisis técnico de este texto, se sigue la metodología desarrollada por Marcos Marín en El comentario lingüístico: metodología y práctica, que propone un abordaje estructurado de los distintos planos lingüísticos, y el enfoque hermenéutico de Isabel Paraíso en Comentario de texto poético, centrado en la interpretación simbólica y estética del poema. A partir de esta base teórica, se analizará el poema en sus planos fónico, morfosintáctico, léxico-semántico y retórico, sin perder de vista la unidad de sentido que articula el texto.
Desde el plano fónico, el poema presenta una textura sonora marcada por la alternancia entre versos extensos y frases breves que generan un ritmo oscilante, reflejo del vaivén emocional del yo poético. Esta variación en la longitud de los versos crea un efecto melódico que enfatiza tanto la cadencia del recuerdo como los sobresaltos del dolor. La armonía vocálica, destacada por Dámaso Alonso en su concepto de "armonía vocálica", se percibe con claridad en versos como "y tiritan, azules, los astros, a lo lejos", donde la repetición de las vocales abiertas /a/ y /e/ aporta luminosidad, apertura emocional y una sensación de belleza nostálgica.
En el aspecto consonántico, la presencia de la /s/ (alveolar, fricativa, sorda) contribuye a una atmósfera de suavidad y susurro, visible en palabras como "versos", "astros", "besé", "tristes". Esta consonante refuerza el tono melancólico y contemplativo del poema. Por otro lado, la /r/ vibrante múltiple (alveolar, sonora) aparece en vocablos como "perder", "recuerdo", "versos" y "tristes", acentuando la fuerza emocional de las palabras clave y marcando momentos de intensidad afectiva.
Otros fonemas relevantes son la /m/ (bilabial, nasal, sonora), que aparece en "mi alma", "mismo", "mi corazón", y contribuye a la introspección lírica mediante una resonancia íntima. También la /d/ (dental, oclusiva, sonora) en "dolor", "perdido", "olvido" refuerza la sonoridad grave del lamento. La elección fonética del léxico no es arbitraria, sino coherente con el tono elegíaco y amorosamente resignado que define al poema.
Métricamente, el uso del verso libre permite que la disposición fónica se adapte al flujo emocional del texto. El encabalgamiento, frecuente a lo largo del poema ("La noche está estrellada / y tiritan, azules, los astros"), rompe el ritmo regular, alargando la frase y generando una continuidad discursiva que intensifica el carácter meditativo del poema. También destaca la anáfora de "Puedo escribir los versos más tristes esta noche", repetida tres veces, que funciona como leitmotiv sonoro y emocional.
Desde el plano morfológico, destaca el uso reiterado de sustantivos abstractos como "noche", "alma", "dolor", "olvido", "ausencia" y "recuerdo", que construyen un campo semántico vinculado con la introspección, la tristeza y la evocación amorosa. Se trata de sustantivos mayoritariamente femeninos, de carácter no contable, que refuerzan la naturaleza inasible y melancólica de los sentimientos expresados. También aparecen sustantivos concretos como "astros", "viento", "árboles" o "voz", que actúan como referentes físicos para anclar los sentimientos del yo lírico en imágenes sensoriales.
Los verbos tienen una función estructural y afectiva fundamental. Se alternan formas del pasado perfecto simple, como "quise", "tuve", "besé", "perdí", con formas del presente indicativo como "puedo escribir", "mi alma no se contenta", "la busco". Esta tensión verbal entre el pasado rememorado y el presente dolido genera un vaivén temporal que refleja la lucha del yo poético entre el recuerdo y la pérdida. También destacan los futuros con valor de conjetura o de alejamiento emocional, como "será de otro", que expresan la imposibilidad de volver a lo vivido.
En cuanto a los adjetivos, se observa una marcada carga valorativa. Aparecen adjetivos calificativos como "tristes", "azules", "grandes", "infinito", "inmensa", "claro", que acompañan a sustantivos tanto concretos como abstractos y refuerzan el tono afectivo del texto. La adjetivación suele ser antepuesta cuando busca enfatizar el valor emocional ("tristes versos") y pospuesta cuando se centra en la descripción objetiva o poética ("cielo infinito").
El uso del pronombre de primera persona singular es recurrente y central: "yo", "mi", "me", "conmigo". Esta insistencia pronominal evidencia una implicación personal y emocional profunda del yo lírico. También aparece el pronombre de tercera persona para referirse a la amada: "ella", "la", lo que establece un contraste directo entre el yo que siente y la figura ausente que es evocada. Este juego pronominal construye una dicotomía constante entre presencia interior y ausencia exterior.
Morfemas derivativos y flexivos también desempeñan un papel expresivo. Los morfemas derivativos permiten construir palabras con una carga afectiva particular. Por ejemplo, en "tristemente" se combina el adjetivo "triste" con el sufijo adverbial "-mente", que intensifica la forma de sentir y actuar del yo poético, proyectando una visión melancólica del mundo. Otro ejemplo es el uso de "perdido", que incorpora el sufijo derivativo "-ido" para expresar el estado resultante de la acción de perder, cargado de valor afectivo y existencial.
Los morfemas flexivos, por su parte, están presentes en la conjugación verbal y en la concordancia de género y número. La primera persona del singular en formas verbales como "puedo", "quiero", "tengo", con el morfema flexivo "-o", subraya la implicación directa del yo lírico y su protagonismo emocional. El uso del plural en "versos", "árboles" o "astros" introduce una dimensión expansiva y generalizadora, como si el yo lírico quisiera que su dolor resonara más allá de lo individual. La alternancia de tiempos verbales mediante morfemas flexivos (pretérito: "quise"; presente: "busco"; futuro: "será") refuerza la tensión entre lo vivido, lo recordado y lo inevitable.
Estas elecciones morfológicas no solo tienen una función gramatical, sino también estilística y emocional, ya que permiten modelar un discurso poético lleno de matices, vacilaciones, intensidades y resignaciones. Las formas en superlativo como "más tristes" intensifican el sentimiento expresado. La repetición de ciertas estructuras morfológicas (por ejemplo, "ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero") refuerza la vacilación afectiva mediante la duplicación de formas verbales.
En conjunto, el plano morfológico contribuye a crear un universo emocionalmente saturado donde cada categoría gramatical refuerza el tema del amor perdido y la oscilación entre el recuerdo, el deseo y la resignación."noche", "alma", "dolor", "olvido", que construyen un campo semántico del sufrimiento y la introspección. Los verbos se presentan en tiempo pasado ("quise", "besé", "tuve") y presente ("puedo escribir", "no la tengo"), marcando la tensión entre el recuerdo y la constatación del presente. Esta alternancia verbal refuerza el vaivén sentimental. Aparecen adjetivos descriptivos cargados de afectividad, como "tristes", "infinito", "grandes", "claro", "inmensa". El uso del pronombre de primera persona refuerza la expresividad y la implicación personal del sujeto lírico.
Sintácticamente, se evidencia una sintaxis flexible, propia del verso libre, donde conviven estructuras simples y compuestas, muchas de ellas cargadas de paralelismo y anáfora. El poema está construido sobre una arquitectura que alterna oraciones breves con proposiciones más desarrolladas, generando una respiración irregular que imita el estado emocional del yo lírico.
Las oraciones simples predominan en momentos de intensidad emocional. Aquí, la brevedad y la disposición asindética potencian la expresión del duelo. También hay ejemplos de coordinación copulativa con valor enfático: "Yo la quise, y a veces ella también me quiso", donde la repetición del sujeto y del verbo acentúa la reciprocidad amorosa ya extinguida.
La subordinación aparece en oraciones como "Porque en noches como ésta la tuve entre mis brazos", donde se introduce una causa emocional que justifica la persistencia del dolor. En "Aunque éste sea el último dolor que ella me causa", la concesiva subraya la resignación, indicando que, pese al cierre anunciado, el afecto aún se arrastra. Estas estructuras subordinadas permiten introducir matices y fluctuaciones del sentimiento.
Los pronombres y complementos directos reiterados ("la", "ella", "su voz", "sus ojos") contribuyen a fijar la figura de la amada como eje sintáctico y emocional del discurso. La presencia constante de la primera persona ("yo", "mi alma", "mi corazón") marca la centralidad del sujeto enunciador, cuya voz se convierte en el soporte del poema.
Predomina la coordinación copulativa y yuxtaposición, lo que refleja el flujo incontenido del pensamiento y la evocación. Se observan también estructuras paralelísticas, como "Mi alma no se contenta con haberla perdido / Mi corazón la busca...", que imprimen un ritmo reflexivo y una simetría emocional al discurso.
El hipérbaton, recurso frecuente en la poesía de tono lírico, aparece en casos como "La misma noche que hace blanquear los mismos árboles", donde la alteración del orden canónico introduce una carga enfática y contribuye a la musicalidad.
En conjunto, el plano sintáctico refuerza el carácter meditativo y emocional del poema, dotándolo de un tono confesional que se apoya en la variación estructural y en el equilibrio entre la precisión emocional y la apertura expresiva.
El plano léxico-semántico está dominado por un campo léxico de la noche y la pérdida: "noche", "astros", "viento", "frío", "lejos", "dolor", "olvido", "ausencia", "versos", "alma", "recuerdo". La palabra clave podría ser "noche", ya que aparece reiteradamente y actúa como espacio simbólico donde se proyectan el vacío, la introspección y la nostalgia del yo lírico. Es un espacio tanto físico como emocional, que encarna el escenario del duelo amoroso.
Se pueden identificar varias isotopías textuales que articulan la red semántica del poema. Una de ellas es la isotopía sensorial, con términos como "tiritan", "oír", "mirada", "voz", "viento" y "cielo", que configuran un universo lírico altamente sensorial, donde el yo poético intenta recuperar a la amada a través de los sentidos. Otra isotopía relevante es la del tiempo, con palabras como "noche", "ya", "entonces", "ahora", "antes", que marcan la oposición entre pasado amoroso y presente de pérdida.
En el plano tropológico, se observa un uso intencionado de figuras que acentúan el conflicto emocional. La metáfora está presente en imágenes como "el verso cae al alma como al pasto el rocío", donde la escritura se transforma en alivio efímero y melancólico. La sinestesia une planos sensoriales distintos y genera efectos emocionales complejos, como en "la noche inmensa, más inmensa sin ella", donde la percepción visual se mezcla con la carencia afectiva. El paralelismo y la antítesis expresan la oscilación sentimental: "Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero" refleja la ambivalencia afectiva del yo lírico.
También destacan los símbolos. "Astros" y "viento" funcionan como símbolos tradicionales del destino y del paso del tiempo, mientras que "los mismos árboles" y "la misma noche" sugieren la permanencia del mundo exterior frente a la transformación interior del sujeto. El campo léxico asociado a la escritura—"versos", "escribir", "voz", "palabra"—sugiere que el poema es a la vez testimonio de pérdida y acto de memoria.
Para concluir el análisis de este apartado, el plano léxico-semántico contribuye decisivamente a la construcción de un universo poético de pérdida amorosa, donde cada elección léxica y cada tropo refuerzan la tensión entre el recuerdo idealizado y la aceptación dolorosa de la ausencia."noche", "astros", "viento", "frío", "lejos", "dolor", "olvido". La palabra clave podría ser "noche", pues actúa como espacio simbólico del desamor, la ausencia y el deseo. Aparecen figuras retóricas como la sinestesia ("el verso cae al alma como al pasto el rocío"), la metáfora ("mi voz buscaba el viento para tocar su oído") y el paralelismo (“Ya no la quiero, es cierto, pero tal vez la quiero”), que acentúan el conflicto emocional.
En cuanto a la intertextualidad, el poema dialoga con la tradición romántica de la poesía amorosa, especialmente con Gustavo Adolfo Bécquer, tanto en la temática de la pérdida amorosa como en el uso de una expresión subjetiva, cargada de emoción contenida. Como en las Rimas de Bécquer, Neruda emplea imágenes naturales—la noche, las estrellas, el viento—para proyectar su estado interior. El paralelismo emocional entre ambos autores se manifiesta también en el uso de la paradoja y la vacilación amorosa.
También es perceptible la huella del modernismo, particularmente de Rubén Darío, en el uso simbólico del paisaje y en la musicalidad del verso. La manera en que la naturaleza se convierte en reflejo del alma es deudora de una sensibilidad modernista, aunque en Neruda aparece ya matizada por la angustia existencial propia del posmodernismo. De Antonio Machado, hereda el tono elegíaco y la reflexión sobre la identidad mutable del sujeto ante el paso del tiempo: "Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos" condensa magistralmente esta noción de transformación subjetiva.
Desde una perspectiva más amplia, el poema conecta con la poesía amorosa universal. La tensión entre eros y pérdida está presente en los epigramas de Catulo, así como en los sonetos de Shakespeare, donde el amor es tantas veces motivo de sufrimiento como de exaltación. Asimismo, el motivo del amor perdido que persiste en la palabra enlaza con la poesía de Rilke o con la tradición elegíaca latina, donde el acto de escribir es ya una forma de duelo.
Por último, la reiteración de la frase "Puedo escribir los versos más tristes esta noche" funciona como un eco poético de la función catártica de la poesía. Escribir se convierte aquí en un gesto final de resistencia emocional y de transfiguración estética de una experiencia personal, lo que vincula el poema con la concepción romántica y moderna de la poesía como expresión de la subjetividad doliente.especialmente con Gustavo Adolfo Bécquer, en su expresividad subjetiva y su tono melancólico. Asimismo, recuerda a Rubén Darío en el uso simbólico del paisaje y a poetas como Antonio Machado por la introspección temporal. A nivel universal, conecta con la poesía amorosa de Catulo o los sonetos de Shakespeare, donde el dolor por la pérdida y el deseo de permanencia son también recurrentes.
Para finalizar el análisis, este poema de Pablo Neruda es una elegía amorosa que combina la sencillez formal con una gran profundidad emocional. Mediante el uso de un lenguaje directo, musical y simbólico, el poeta convierte una experiencia personal de pérdida en una reflexión universal sobre el amor, la ausencia y la memoria. Su vigencia estética y emocional reside en que cada lector puede reconocerse en este dolor sin nombre, en este intento de escribir los "últimos versos" a un amor que aún persiste en el recuerdo.
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