9 de junio de 2025

COMENTARIO DE TEXTO DE OPOSICIONES. SONETO: IMAGEN ESPANTOSA DE LA MUERTE, DE LUPERCIO LEONARDO DE ARGENSOLA.

 Estimados Poeliteratos:

En esta entrada os paso el comentario poético del soneto de Lupercio Leonardo de Argensola, "Imagen espantosa de la muerte". 

Espero que os sea de ayuda. 

Atentamente, 

Alejandro Aguilar Bravo.


 

Imagen espantosa de la muerte,
sueño cruel, no turbes más mi pecho,
mostrándome cortado el nudo estrecho,
consuelo sólo de mi adversa suerte.

Busca de algún tirano el muro fuerte,
de jaspe las paredes, de oro el techo,
o el rico avaro en el angosto lecho,
haz que temblando con sudor despierte.

El uno vea el popular tumulto
romper con furia las herradas puertas,
o al sobornado siervo el hierro oculto.

El otro sus riquezas, descubiertas
con llave falsa o con violento insulto,
y déjale al amor sus glorias ciertas.

El poema “Imagen espantosa de la muerte”, un soneto del escritor aragonés Lupercio Leonardo de Argensola, se inscribe en la etapa final del Renacimiento español y refleja con claridad los principios estéticos e intelectuales de esta época: rigor formal, contención expresiva y una ética inspirada en el estoicismo. Esta composición constituye una meditación sobre la muerte, no concebida como un destino trágico ni como un interrogante existencial, sino como una figura moralizadora y reveladora. Frente a su amenaza, el yo lírico se mantiene sereno, incluso altivo, y rechaza su influencia perturbadora. Quienes deberían temerla —afirma— son aquellos que viven atrapados en los falsos consuelos del poder, la riqueza y el placer. El poema se adscribe así a la tradición del desengaño, con ecos del pensamiento clásico, cristiano y humanista.

El tema central del poema es la actitud digna y sosegada del hombre virtuoso ante la muerte. El hablante no solo no la teme, sino que la enfrenta directamente y la aparta de sí, protegido aún por un “consuelo”, figurado en la expresión simbólica “nudo estrecho”. Esta imagen puede aludir al vínculo amoroso legítimo, a la fe cristiana o a la razón estoica, elementos que ofrecen un refugio firme frente a la amenaza de la muerte. En cambio, esta debe dirigirse a quienes se aferran a lo efímero: el tirano que habita en palacios de jaspe, el avaro que reposa en su lecho estrecho, el amante cuya gloria es vana. El poema transmite así una lección moral clara: la auténtica fortaleza reside en la virtud, no en los simulacros del poder. Esta reflexión ética enlaza con el memento mori barroco y con el ideario humanista que proclama la vanidad de lo terrenal.

La estructura responde al modelo clásico del soneto: dos cuartetos expositivos, que presentan el rechazo de la muerte y la afirmación interior del yo lírico, seguidos por dos tercetos argumentativos, en los que se indica a quién debe verdaderamente amenazar la muerte. Compuesto en endecasílabos con rima consonante ABBA ABBA CDC DCD, el poema se articula con claridad lógica y progresión discursiva. En los cuartetos, el hablante rechaza la imagen amenazante de la muerte; en los tercetos, redirige esa figura hacia otros sujetos, marcando un viraje desde lo íntimo hacia lo universal y moralizante.

Desde el punto de vista de las funciones del lenguaje, predomina la función poética, manifiesta en la cuidada elaboración formal, la selección léxica precisa y el uso constante de recursos retóricos como la personificación, el hipérbaton o la metáfora. La función apelativa también se hace notar con fuerza, ya que el yo lírico se dirige directamente a la muerte mediante verbos en imperativo, ordenándole que se retire o que busque a otros. A ello se suma la función expresiva, evidente en la actitud serena y firme del hablante, que revela su posición ética y su rechazo consciente del miedo. Finalmente, subyace una función cognoscitiva o filosófica, pues el poema transmite una enseñanza: solo quien vive con virtud puede afrontar la muerte sin estremecerse.

Para realizar el análisis técnico de este texto, se sigue la metodología desarrollada por Marcos Marín en El comentario lingüístico: metodología y práctica, que propone un abordaje estructurado de los distintos planos lingüísticos, y el enfoque hermenéutico de Isabel Paraíso en Comentario de texto poético, centrado en la interpretación simbólica y estética del poema. A partir de esta base teórica, se analizará el poema en sus planos fónico, morfosintáctico, léxico-semántico y retórico, sin perder de vista la unidad de sentido que articula el texto

En el plano fónico, el poema se caracteriza por un ritmo grave, pausado y solemne, acorde con su tono meditativo y filosófico. Este efecto se logra, en primer lugar, mediante el uso del verso endecasílabo, cuya cadencia amplia y armónica permite desarrollar una voz contenida, digna y racional. La acentuación regular, especialmente en las sílabas sexta y décima, contribuye a establecer un compás estable que refuerza el carácter meditativo del discurso.

Más allá del metro, el poema despliega una cuidada organización sonora que intensifica su contenido moral y emocional. La aliteración de oclusivas sordas y vibrantes en expresiones como “romper con furia las herradas puertas” o “haz que temblando con sudor despierte” genera una textura fónica áspera y enérgica. Esta combinación acústica reproduce la violencia con la que la muerte se presenta ante aquellos que, dominados por lo material, no están preparados para su llegada. La intensidad rítmica de estos versos subraya así la brutalidad exterior frente a la calma interior del yo lírico.

Por contraste, la sibilancia en secuencias como “sueño cruel, no turbes más mi pecho” imprime un tono susurrante y sombrío, evocador de la presencia sigilosa y perturbadora de la muerte. La acumulación de fonemas sibilantes crea una atmósfera de inquietud contenida, que encarna el intento de la muerte por alterar el ánimo del hablante, aunque sin éxito. Esta tensión sonora, reforzada por la selección léxica y la disposición métrica, aporta matices auditivos de gran expresividad.

El uso del encabalgamiento, especialmente perceptible entre los versos 7 y 8, como en “aunque me llames con rigor y saña, / no turbes más mi pecho, sueño cruel”, rompe la rigidez de la pausa versal y crea un flujo sintáctico continuo que sugiere agitación o desasosiego. Esta fluidez refleja la presión que la muerte intenta ejercer sobre el sujeto, al tiempo que el dominio estructural del poema —medido, controlado, simétrico— reafirma la superioridad racional del hablante sobre esa perturbación.

Las pausas internas, marcadas por la puntuación, están estratégicamente distribuidas para modular el ritmo del poema y favorecer una lectura reflexiva. La alternancia entre cesuras suaves y pausas enfáticas permite que el discurso avance con solemnidad y claridad argumentativa, reflejo de una mente lúcida que no se deja arrastrar por el miedo ni por la pasión.

Cabe destacar también la contraposición sonora entre los campos semánticos. Los términos vinculados al poder y a la riqueza —“jaspe”, “oro”, “llave falsa”— presentan una sonoridad abierta y brillante, mientras que aquellos relacionados con lo espiritual o abstracto —“sueño”, “consuelo”, “pecho”— tienden a una musicalidad más grave y apagada. Esta oposición fonética intensifica el contraste temático entre lo vano y lo verdadero, entre lo exterior y lo interior, entre la apariencia y la virtud.

Por lo tanto, el plano fónico no solo embellece la forma del poema, sino que colabora activamente en la construcción de su mensaje moral. La armonía rítmica, la intensidad sonora y la cuidada musicalidad se ponen al servicio de una meditación ética en la que el hablante afirma su serenidad frente a la muerte, revelando que solo quien vive con virtud puede resistir, con firmeza y sin temblor, la amenaza última de lo humano.

En el plano morfológico, el poema se caracteriza por una marcada preferencia por los sustantivos abstractos y los adjetivos de fuerte carga valorativa, lo que refuerza su dimensión ética, filosófica y reflexiva. Términos como “imagen”, “sueño”, “consuelo”, “glorias” o “suerte” remiten a conceptos generales que exceden lo concreto y apuntan a una meditación universal sobre la condición humana y la actitud frente a la muerte. Esta abstracción léxica contribuye a elevar el tono del discurso y a alejarlo de lo anecdótico o particular.

Los adjetivos, por su parte, no se limitan a calificar, sino que aportan un claro juicio moral sobre los elementos que describen. Palabras como “espantosa”, “cruel”, “falsa” o “ciertas” no solo precisan el carácter de la muerte o de las glorias mundanas, sino que transmiten la postura ética del hablante. Así, el adjetivo se convierte en vehículo de valoración y toma de posición, esencial en un poema que no pretende describir pasivamente, sino advertir, discernir y juzgar.

Destaca especialmente el uso reiterado del modo imperativo, como en “busca”, “haz”, “déjale”, mediante el cual el yo lírico interpela directamente a la muerte. Esta forma verbal imprime al poema una energía discursiva poco habitual en composiciones meditativas, y revela una voz poética activa, que no se resigna ni teme, sino que se afirma con autoridad moral. El hablante no se muestra como una víctima de la muerte, sino como alguien que le habla desde una posición de dominio racional y virtud interior.

Junto al imperativo, aparece también el modo subjuntivo en estructuras desiderativas o exhortativas, como “haz que temblando con sudor despierte”. Estas formas verbales expresan no una duda o una posibilidad, sino una voluntad dirigida hacia otros, lo que permite al poeta proyectar su mirada moral sobre figuras ajenas a su propia experiencia. El uso del subjuntivo no desestabiliza la voz poética, sino que refuerza su carácter de juez ético que señala el destino que merecen quienes viven según valores materiales o vanos.

Otro rasgo destacable es la construcción del sintagma “nudo estrecho”, cuya interpretación simbólica admite múltiples lecturas: puede aludir al lazo conyugal legítimo, a la fe cristiana o a la unidad interior propia del sabio estoico. Desde el punto de vista morfológico, este grupo nominal concentra gran densidad semántica y actúa como imagen clave del poema, al condensar en una sola expresión la idea de refugio espiritual frente a la muerte.

En el plano sintáctico, el poema responde al modelo elevado y culto del Siglo de Oro, caracterizado por una construcción oracional compleja, por el uso sistemático del hipérbaton y por la preferencia por las estructuras subordinadas y encadenadas, que dotan al discurso de densidad conceptual, solemnidad y refinamiento.

Uno de los rasgos más evidentes es el empleo frecuente del hipérbaton, figura que altera el orden habitual de los elementos de la oración para destacar ciertos términos y lograr un efecto de énfasis o de musicalidad. Ya en el primer verso, “Imagen espantosa de la muerte”, el sujeto temático se coloca en posición inicial absoluta, con una disposición que confiere fuerza expresiva y prepara al lector para el tono grave de la composición. A lo largo del poema, esta inversión sintáctica se repite de forma sistemática, como en “sueño cruel, no turbes más mi pecho” o “el uno vea el popular tumulto romper con furia las herradas puertas”, donde el orden lógico se subordina a las exigencias retóricas y rítmicas del discurso.

Este uso del hipérbaton no responde a un simple ornamento formal, sino que se integra plenamente en la estrategia expresiva del poema. Al alterar el orden oracional, el poeta introduce un ritmo solemne y reflexivo, adecuado al tono filosófico del texto, y consigue enfatizar los conceptos clave del mensaje, especialmente aquellos relacionados con el temor, el consuelo, la virtud y la muerte.

Junto al hipérbaton, es notable la predilección por oraciones largas y subordinadas, que permiten el desarrollo argumentativo con precisión y matices. En los tercetos, por ejemplo, se construyen estructuras amplias en las que se van encadenando ideas subordinadas unas a otras, como en “el uno vea el popular tumulto / romper con furia las herradas puertas, / el otro sienta en las dormidas huertas / de su oro fiel la posesión y el fruto”. Este encadenamiento, en apariencia complejo, responde sin embargo a una lógica interna clara, que refuerza la coherencia del pensamiento del hablante. La subordinación permite matizar, contrastar y vincular los elementos con finura, reflejando la serenidad argumentativa del sujeto lírico.

Asimismo, el poema recurre a la coordinación asindética y polisindética para articular las enumeraciones de personajes a quienes se dirige la muerte. La omisión de conjunciones acelera el ritmo y refuerza el carácter categórico del juicio, mientras que su inclusión repetida en otros momentos introduce una cadencia más pesada, que intensifica la carga moral. Estas variaciones contribuyen a marcar transiciones entre los distintos momentos del discurso: la introspección inicial, el rechazo a la muerte, la exhortación y la advertencia ética.

El uso de elipsis verbales y de estructuras paralelísticas también merece atención. La supresión del verbo en ciertas secuencias obliga al lector a reconstruir mentalmente la acción, lo que implica una lectura más activa y reflexiva. Del mismo modo, la repetición de esquemas sintácticos semejantes, como ocurre en las descripciones de los destinatarios de la muerte, refuerza la simetría del texto y contribuye a su armonía formal. El paralelismo no solo embellece el estilo, sino que estructura el discurso en bloques temáticos nítidos.

La función sintáctica de los pronombres y de los complementos también merece mención. El uso de pronombres personales de segunda persona (“tú”, implícito en los imperativos) y de primera persona (“mi pecho”, “mi consuelo”) intensifica la relación entre el yo lírico y la muerte, dotando al poema de una tensión dialógica. A ello se suma el uso expresivo de complementos circunstanciales de modo y causa, como “con rigor y saña” o “con furia”, que precisan la manera en que la muerte actúa y acentúan su violencia.

En términos generales, el plano sintáctico del poema manifiesta un alto grado de elaboración retórica, que responde no solo a criterios estéticos, sino también a una necesidad interna del pensamiento que se expone. La densidad de las estructuras, el uso controlado de la inversión, la variedad de las subordinaciones y las repeticiones proporcionan al texto una coherencia argumentativa firme y al mismo tiempo una musicalidad rica y modulada.

La sintaxis, por tanto, no se limita a ser un soporte formal, sino que participa activamente en la construcción del sentido: articula la firmeza ética del hablante, modula el tono solemne del discurso y expresa, con equilibrio y claridad, la meditación serena sobre la muerte que constituye el núcleo del poema.

En el plano léxico-semántico, el poema presenta un vocabulario cuidadosamente seleccionado, en el que predominan los términos abstractos, cultos y cargados de valor moral, en consonancia con la meditación filosófica que articula el discurso. El léxico se orienta más hacia la conceptualización que hacia la descripción, lo que contribuye a elevar el tono y a reforzar el carácter universal de la reflexión.

Los sustantivos fundamentales del texto —“imagen”, “muerte”, “sueño”, “consuelo”, “glorias”, “suerte”— remiten a realidades abstractas y simbólicas que trascienden lo anecdótico. No se habla de la muerte como hecho biológico, sino como entidad moral, agente revelador, figura alegórica y amenaza última. Esta abstracción léxica confiere al poema una dimensión atemporal, convirtiéndolo en una meditación ética válida más allá de su contexto histórico.

Una de las expresiones más significativas del poema es “nudo estrecho”, una metáfora central cuya ambigüedad semántica permite distintas interpretaciones: puede aludir a un lazo amoroso legítimo, a la unión espiritual del matrimonio cristiano, a la fe, o incluso al vínculo interior de la razón estoica. La riqueza semántica de esta imagen revela una voluntad simbólica que recorre todo el poema: los conceptos no se exponen de manera unívoca, sino que se condensan en símbolos polisémicos que invitan a la interpretación.

Los adjetivos calificativos que acompañan a estos sustantivos son altamente valorativos y cumplen una función ética, pues manifiestan el juicio del hablante sobre aquello que nombra. Términos como “espantosa”, “cruel”, “falsa” o “ciertas” no describen cualidades neutras, sino que revelan una toma de posición. Se condena la falsedad de los bienes materiales, se denuncia la crueldad del poder, se afirma la certeza del sufrimiento de quienes viven engañados por las apariencias.

Resulta especialmente significativa la oposición semántica entre dos campos claramente delimitados: por un lado, el de la muerte, el temor y la perturbación (“espantosa”, “temblando”, “sudor”, “rigor”, “sueño cruel”); por otro, el del poder, la riqueza y el placer (“tirano”, “jaspe”, “oro”, “gloria”, “popular tumulto”). Esta polarización refuerza el mensaje del poema, que enfrenta la superficialidad del mundo con la solidez de la virtud interior. El yo lírico queda fuera de ambos campos, en una posición de dominio moral desde la cual juzga.

El vocabulario vinculado a la violencia o irrupción —“romper”, “con furia”, “temblando”, “despierte”, “rigor y saña”— se asocia a la forma en que la muerte actúa sobre los que están apegados a lo mundano. Frente a ello, el hablante reivindica su “pecho” y su “consuelo”, palabras que remiten a un espacio interior de recogimiento y fortaleza. Esta contraposición léxica subraya el contraste entre el yo contenido, sereno y racional, y el desorden emocional de los otros.

En términos de isotopías semánticas, el poema articula una isotopía de la vanidad y el engaño, centrada en los bienes materiales, y otra de la resistencia ética, centrada en la virtud y en el control del ánimo. Ambas se cruzan para generar el mensaje moral del texto: la muerte no es una amenaza universal, sino una prueba que distingue a los sabios de los insensatos. Solo los que viven en el error deben temerla; el virtuoso permanece intacto ante su presencia.

Por último, cabe destacar la precisión con que se escogen las palabras. El léxico evita la retórica exuberante y prefiere términos de gran densidad semántica pero sobrios en su formulación, lo que otorga al poema una elegancia austera, coherente con el tono estoico que lo atraviesa. La riqueza léxica no busca el ornamento, sino la claridad filosófica.

El poema “Imagen espantosa de la muerte” se inserta en una rica red intertextual que abarca tanto la tradición clásica como la cristiana y humanista, configurando un discurso plenamente integrado en los marcos intelectuales del Renacimiento tardío y del incipiente Barroco. Lejos de constituir una reflexión individual aislada, el poema dialoga de forma explícita e implícita con múltiples corrientes de pensamiento y con géneros literarios previos que le otorgan profundidad cultural y resonancia filosófica.

Una de las referencias más claras es el estoicismo clásico, especialmente el formulado por Séneca, cuyas ideas sobre la muerte como prueba y medida de la sabiduría impregnan la actitud del hablante. En esta línea, el poema no representa la muerte como un fin trágico o un motivo de desesperación, sino como una realidad natural e inevitable que solo perturba a quienes viven según valores falsos. El sujeto lírico, por el contrario, adopta una postura racional y virtuosa, capaz de mirar a la muerte sin temor y de rechazar su influjo. Esta serenidad, cultivada a través de la razón, constituye una clara herencia del pensamiento estoico y de su concepción del alma como fortaleza interior.

Al mismo tiempo, la composición se inscribe en la tradición de la lírica moral renacentista, que reivindica la necesidad del desengaño frente a los placeres efímeros del mundo. El poema comparte con esta corriente la voluntad de ofrecer una lección de sabiduría, y lo hace mediante imágenes alegóricas, contrastes éticos y una voz que se eleva por encima de la experiencia individual. Esta dimensión pedagógica, inseparable del humanismo, transforma el texto en una meditación de valor universal.

Dentro de esta tradición, el poema actualiza también el tópico medieval del memento mori, que exhorta a recordar la muerte como forma de moderar los deseos y orientar la vida hacia lo trascendente. En este caso, sin embargo, la advertencia no va dirigida al hablante, que ya ha alcanzado la claridad interior, sino a aquellos que aún se hallan atrapados en los oropeles del mundo. La muerte, lejos de ser una amenaza personal, se convierte en una figura justiciera, que revela la vanidad de la riqueza, del poder y del amor vano. Esta reinterpretación moralizante sitúa el poema en el umbral del Barroco, donde el tema del desengaño adquirirá una centralidad cada vez mayor.

Es especialmente relevante la presencia del tópico clásico somnium imago mortis (“el sueño es imagen de la muerte”), que actúa como base conceptual de la alegoría central. La muerte no aparece aquí de forma directa o brutal, sino disfrazada como sueño, como figura que turba el pecho del hablante sin llegar a dominarlo. La formulación “sueño cruel” con que se la nombra sugiere esa identificación entre el dormir y el morir, tópico de raíz grecolatina que aparece ya en autores como Cicerón y Plinio, y que se desarrolla ampliamente en la literatura cristiana medieval. Esta equivalencia permite que la experiencia de la muerte se presente como algo gradual, metafórico, reversible incluso, y que el hablante tenga todavía la posibilidad de rechazarla. El sueño es, por tanto, una imagen tenue pero inquietante del final, una sombra que anticipa sin consumar, lo que permite al poeta establecer una distancia reflexiva y moralizante.

A nivel literario, el poema también puede leerse como parte del diálogo con la poesía moral del Siglo de Oro, y en especial con la obra de Francisco de Quevedo, quien desarrolla en múltiples sonetos una concepción similar de la muerte como agente revelador y como correctivo frente a la vanidad. Al igual que en Argensola, en Quevedo la muerte aparece para humillar al soberbio, para denunciar al ambicioso y para advertir sobre la fugacidad de los placeres sensoriales. En ambos casos, el discurso poético se convierte en instrumento de desengaño y en vía de conocimiento ético.

Este diálogo intertextual puede ampliarse aún más si se considera el contraste con otras concepciones poéticas de la muerte en la tradición hispánica. Por ejemplo, frente al lamento íntimo y emocional de Neruda en “Puedo escribir los versos más tristes esta noche”, donde la pérdida se vive como herida afectiva y vacío personal, el poema de Argensola adopta una actitud intelectual, sobria y universal. La muerte no aparece como pérdida del ser amado, sino como símbolo de juicio moral, de claridad racional y de orden natural. Ambos enfoques son válidos, pero representan registros expresivos radicalmente distintos: la emocionalidad romántica frente al racionalismo humanista.

Para finalizar este comentario, “Imagen espantosa de la muerte” es un ejemplo admirable de cómo la lírica del Siglo de Oro supo conjugar belleza formal y contenido ético. Lupercio Leonardo de Argensola ofrece, a través de una voz sobria y reflexiva, una meditación lúcida sobre la muerte, concebida no como final trágico, sino como revelación de la verdad moral. El hablante se eleva con dignidad ante lo inevitable y transforma su palabra en una advertencia para quienes, fascinados por los oropeles del mundo, viven de espaldas a su destino. La riqueza de recursos fónicos, sintácticos y semánticos convierte este poema no solo en una joya literaria, sino también en un mensaje atemporal de sabiduría.

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