2 de enero de 2017

ANÁLISIS MÉTRICO DE UN POEMA DE BÉCQUER. OPOSICIONES

Estimados poeliteratos:

En las oposiciones de lengua cada vez resulta más habitual que, en lugar de exigir comentarios completos, se concreten una serie de preguntas relacionadas con los diferentes textos que se proponen. Y en el caso de los textos poéticos, la métrica suele aparecer de manera recurrente.
A continuación se ofrece el análisis métrico de un precioso poema de Bécquer. Una vez más, el comentario no pretende ser exhaustivo y lo que se busca es poder realizarlo en el menor tiempo posible recurriendo a una terminología que nos permita demostrar que dominamos la materia.

Esperamos que os sea de utilidad.


“¿De dónde vengo…?”


¿De dónde vengo?... El más horrible y áspero
de los senderos busca;
las huellas de unos pies ensangrentados
sobre la roca dura,
los despojos de un alma hecha jirones
en las zarzas agudas,
te dirán el camino
que conduce a mi cuna.
¿Adónde voy? El más sombrío y triste
de los páramos cruza,
valle de eternas nieves y de eternas
melancólicas brumas.
En donde esté una piedra solitaria
sin inscripción alguna,
donde habite el olvido,
allí estará mi tumba.



Por lo que respecta a la estructura externa, lo primero que llama la atención es la forma versificada, la presencia de ritmo y verso. Estamos, por tanto, ante un poema de 16 versos repartidos en dos estrofas de ocho versos cada una. Se observa una correspondencia entre la estructura externa y la interna que no siempre es habitual, ya que internamente el poema puede dividirse en dos partes que se corresponden a las dos grandes subiectios planteadas por el poeta: ¿de dónde vengo? (vv. 1-8) y ¿a dónde voy? (vv. 9-16). 

Siguiendo las indicaciones de Isabel Paraiso, nos ocuparemos en este plano fónico de la métrica atendiendo a los cuatro factores que la componen: cantidad (o número de sílabas), intensidad (distribución de los acentos), tono (pausas) y timbre (rima). 
Comenzando por la cantidad, hay que señalar que el poema presenta una estructura anisosilábica, con seis versos endecasílabos (vv. 1, 3, 5, 9 11, 13)  y diez heptasílabos (vv. 2, 4, 6, 7, 8, 10, 12, 14, 15), mezclando así versos de arte mayor y de arte menor. Como suele ser habitual en la lírica, las sílabas métricas no siempre coinciden con las sílabas fonológicas, por lo que a la hora de realizar el cómputo silábico, además de los diptongos (“huellas) e hiatos (“sombrío”) se han tenido en cuenta otros fenómenos como las sinalefas (v. 1 “horrible y”, v. 3 “de unos”, verso 5, “alma hecha”, por citar algunos ejemplos), dialefas (v. 9 voy? El) y la acentuación, como en el verso 1, proparoxítono, y que nos obliga a restar una sílaba al cómputo total del verso. 

La rima es asonante (riman solo las vocales) y sigue un esquema similar al del romance, puesto que riman solo los pares (u, a). Sin embargo, tenemos versos endecasílabos y heptasílabos, lo que nos acercaría de alguna forma a la silva (de hecho, algunos autores hablan de silva arromanzada). Llama la atención la elección de la rima con las vocales u-a, especialmente la primera de ellas (la vocal –u es que aparece con menos frecuencia en el léxico español) asociada a lo oscuro, lo melancólico (recordar la famosísima aliteración del verso de Góngora (“Infame turba de nocturnas aves”), que no nos permite hablar de cierto fonosimbolismo o metáfora fónica: todo el poema pretende evocar un sentimiento de tristeza, melancolía y soledad, sentimiento que se intensifica aún más a través de la rima. 

Al igual que en la cantidad, no podemos hablar de una intensidad regular, como cabría esperar, por ejemplo en un soneto. Esta irregularidad métrica nos hace pensar que estamos ante un texto perteneciente al Romanticismo, cuya nota característica es la recuperación de metros tradicionales españoles (en este caso el romance y la silva), pero combinadas entre sí e innovándolas, lo que responde al ideal romántico de la libertad poética. Por último, al hablar del tono, destacar las pausas versales de los versos 2, 4, 6, 10, 14 y 15; las dos pausas estróficas de los versos 8 y 16 y la pausa final de verso 16. Mencionar también las pausas interiores de los versos 1 y 9, tras las interrogaciones retóricas, la primera de ellas resaltada incluso con el empleo de los puntos suspensivos, que remarcan la tensión y expresividad del poema.

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