26 de noviembre de 2025

UNED MELILLA. LITERATURA ESPAÑOLA DEL SIGLO XX: HASTA 1939. COMENTARIO DE TEXTO: FANTASÍA DE UNA NOCHE DE ABRIL, DE ANTONIO MACHADO

Estimados alumnos y alumnas: 

En esta entrada os paso el comentario de texto del texto de Antonio Machado, Fantasía de una noche de abril. 
Espero que os sea de ayuda. 
Atentamente, 
Alejandro Aguilar Bravo. 



FANTASÍA DE UNA NOCHE DE ABRIL

¿Sevilla? ... ¿Granada?... La noche de luna.
Angosta la calle, revuelta y moruna,
de blancas paredes y oscuras ventanas.
Cerrados postigos, corridas persianas...
El cielo vestía su gasa de abril.
Un vino risueño me dijo el camino.
Yo escucho los áureos consejos del vino,
que el vino es a veces escala de ensueño.
Abril y la noche y el vino risueño
cantaron en coro su salmo de amor.
La calle copiaba, con sombra en el muro,
el paso fantasma y el sueño maduro
de apuesto embozado, galán caballero:
espada tendida, calado sombrero...
La luna vertía su blanco soñar.
Como un laberinto mi sueño torcía
de calle en calleja. Mi sombra seguía
de aquel laberinto la sierpe encantada,
en pos de una oculta plazuela cerrada.
La luna lloraba su dulce blancor.
La casa y la clara ventana florida,
de blancos jazmines y nardos prendida,
más blancos que el blanco soñar de la luna...
—Señora, la hora, tal vez importuna...
¿Que espere? (La dueña se lleva el candil.)
Ya sé que sería quimera, señora,
mi sombra galante buscando a la aurora
en noches de estrellas y luna, si fuera
mentira la blanca nocturna quimera
que usurpa a la luna su trono de luz.
¡Oh dulce señora, más cándida y bella
que la solitaria matutina estrella
tan clara en el cielo! ¿Por qué silenciosa
oís mi nocturna querella amorosa?
¿Quién hizo, señora, cristal vuestra voz?...
La blanca quimera parece que sueña.
Acecha en la oscura estancia la dueña.
—Señora, si acaso otra sombra emboscada
teméis, en la sombra, fiad en mi espada...
Mi espada se ha visto a la luna brillar.
¿Acaso os parece mi gesto anacrónico?
El vuestro es, señora, sobrado lacónico.
¿Acaso os asombra mi sombra embozada,
de espada tendida y toca plumada?...
¿Seréis la cautiva del moro Gazul?...
Dijéraislo, y pronto mi amor os diría
el son de mi guzla y la algarabía
más dulce que oyera ventana moruna.
Mi guzla os dijera la noche de luna,
la noche de cándida luna de abril.
Dijera la clara cantiga de plata
del patio moruno, y la serenata
que lleva el aroma de floridas preces
a los miradores y a los ajimeces,
los salmos de un blanco fantasma lunar.
Dijera las danzas de trenzas lascivas,
las muelles cadencias de ensueños, las vivas
centellas de lánguidos rostros velados,
los tibios perfumes, los huertos cerrados;
dijera el aroma letal del harén.
Yo guardo, señora, en mi viejo salterio
también una copla de blanco misterio,
la copla más suave, más dulce y más sabia
que evoca las claras estrellas de Arabia
y aromas de un moro jardín andaluz.
Silencio... En la noche la paz de la luna
alumbra la blanca ventana moruna.
Silencio... Es el musgo que brota, y la hiedra
que lenta desgarra la tapia de piedra...
El llanto que vierte la luna de abril.
—Si sois una sombra de la primavera,
blanca entre jazmines, o antigua quimera
soñada en las trovas de dulces cantores,
yo soy una sombra de viejos cantares
y el signo de un álgebra vieja de amores.
Los gallos, lascivos decires mejores,
los árabes albos nocturnos soñares,
las coplas mundanas, los salmos talares
poned en mis labios;
yo soy una sombra también del amor.
Ya muerta la luna, mi sueño volvía
por la retorcida, moruna calleja.
El sol en Oriente reía
su risa más vieja.


El poema pertenece a la etapa modernista de Antonio Machado y se sitúa en los primeros años del siglo XX, momento en que la literatura española se halla entre dos grandes impulsos estéticos: el Modernismo y la Generación del 98. En el marco de la crisis de fin de siglo, el Modernismo aparece como un movimiento de evasión estética que reacciona contra la vulgaridad del realismo y propone un arte refinado, sensorial, musical y orientado hacia lo exótico y lo onírico. La Generación del 98, por el contrario, propone una mirada crítica y reflexiva hacia España. Este poema se alinea claramente con la sensibilidad modernista: su mundo imaginario, su apuesta por el ensueño, el exotismo y la desrealización de lo cotidiano lo muestran como una manifestación temprana del Machado más simbolista.

Antonio Machado, nacido en Sevilla en 1875, es una figura esencial de la lírica española del siglo XX. Sus primeros libros, Soledades y Soledades, galerías y otros poemas, revelan influencias del simbolismo francés, del modernismo intimista y de la tradición becqueriana. Más adelante, evolucionará hacia una poesía meditativa, austera y preocupada por España, propia de la sensibilidad del 98. La composición objeto de este comentario se inscribe plenamente en su primera fase, vinculada al Modernismo. Corresponde al momento en que Machado crea atmósferas nocturnas, sensuales y soñadas, donde la luna, la sombra, los perfumes y la música son elementos recurrentes.

En el poema se construye un espacio evocador: una calle “angosta, revuelta y moruna”, descrita de forma sensorial, con “blancas paredes y obscuras ventanas”, en una noche de luna de abril. Esta descripción inicial ya muestra varios rasgos modernistas: la atención al colorido, la evocación plástica, la preferencia por un ambiente exótico y orientalizante. El lector es introducido en un escenario que no reproduce la realidad tal cual, sino que la transforma en un paisaje simbólico y estético. El yo poético se desplaza impulsado por el vino, que “risueño” se convierte en guía del ensueño. La experiencia se vuelve casi alucinatoria, un rasgo vinculado al simbolismo: el vino funciona como “escala de ensueño”, expresión que conecta con la idea modernista de que la poesía debe elevar al sujeto hacia un plano superior, no racional, dominado por la sugerencia y la imaginación.

El poema presenta un desarrollo narrativo que puede resumirse de la siguiente manera: el poeta pasea por la noche moruna, la luna ilumina su camino y el vino agudiza su predisposición al sueño. Surgen entonces figuras fantasmales, como “el apuesto embozado, galán caballero”, que evocan un pasado idealizado. El yo se interna en un “laberinto” de callejuelas que desemboca en una plazuela cerrada, donde se detiene ante una ventana florida y se dirige a una “señora”, que permanece silenciosa. A partir de ahí se sucede una evocación oriental de jardines, danzas, perfumes, música y elementos moriscos que aumentan la sensación de irrealidad. Finalmente, cuando la luna “muere”, el ensueño se desvanece y el poeta regresa a la realidad al amanecer.

La estructura del poema, aunque extensa, sigue un patrón claro y coherente. Primero se describe el escenario nocturno, luego se intensifica la atmósfera onírica con la aparición de sombras y la figura caballeresca; más tarde llega la parte central, dedicada al diálogo —en su mayor parte unilateral— con la dama idealizada; y finalmente se produce el cierre con la desaparición de la visión. Esta estructura reproduce con exactitud la lógica modernista: presentación del ambiente estético, inmersión en el sueño, exaltación de lo imaginario y retorno final al mundo cotidiano.

Las características del Modernismo que recoge el Tema 2 se observan de manera evidente en el poema. La primera es el exotismo: abundan elementos árabes como el “moro Gazul”, la “guzla”, los “ajimeces”, el “patio moruno” o el “harén”. La ambientación orientalista no pretende reconstruir un pasado histórico real, sino que cumple la función modernista de crear un mundo distante y bello donde el poeta proyecta su deseo. La segunda es la musicalidad: el poema está plagado de repeticiones, paralelismos y cadencias, como la secuencia “dijera… dijera… dijera”, que recuerda la técnica simbolista de la reiteración musical. La tercera es la sensualidad sugerida, visible en la presencia constante de perfumes (“jazmines”, “nardos”), colores (“blanco soñar”, “dulce blancor”), sonidos (“cantiga de plata”, “serenata”) y movimientos (“danzas de trenzas lascivas”). La cuarta es el simbolismo: la luna es símbolo del sueño, de la pureza ideal, del amor imposible; la sombra simboliza la identidad en fuga, lo irreal; la “quimera” representa el ideal inalcanzable; y el laberinto funciona como símbolo del deseo extraviado.

Asimismo, se detecta la huella de la poesía intimista del modernismo español, profundamente vinculada a Bécquer. La presencia de la dama silenciosa remite al motivo de lo inefable, el amor idealizado y no correspondido; el tono melancólico recuerda la nostalgia romántica que el modernismo reelabora. El tópico literario dominante es el del amor como quimera, reforzado por expresiones como “blanca quimera”, “mi sombra galante buscando a la aurora” o “yo soy una sombra también del amor”. También aparece el tópico del locus amoenus idealizado en clave andalusí: jardines, patios y aromas creando un paraíso sensorial.

Aunque Machado será con el tiempo uno de los grandes representantes del 98, en este poema no aparece aún el espíritu crítico, moral o existencial del regeneracionismo. No hay reflexión sobre España, ni sobriedad estilística, ni paisaje castellano simbólico. Todo está dominado por la evasión, la estética y la imaginación. El poema muestra así la cara más plenamente modernista de su producción temprana.

Finalmente, la forma métrica, basada en versos largos cercanos al alejandrino y carentes de rima regular, favorece un ritmo narrativo y melódico, propio del modernismo más intimista. Este ritmo ondulante permite que la escena fluya como un sueño, reforzando la idea de irrealidad que atraviesa todo el texto.

Este poema constituye un ejemplo notable del modernismo simbolista español, donde los rasgos del movimiento —musicalidad, exotismo, simbolismo, sensualidad y evasión— se encuentran plenamente integrados. La composición es una muestra perfecta de cómo Machado, antes de adentrarse en la estética del 98, supo modelar un universo poético basado en el sueño, la belleza y la ilusión, en consonancia con la renovación estética del fin de siglo.

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