Estimados alumnos y alumnas:
En esta entrada os paso un modelo de examen para trabajar la asignatura de Literatura española del siglo XX: hasta 1939.
Espero que os sea de ayuda.
LITERATURA ESPAÑOLA DEL SIGLO XX: HASTA 1939
Febrero 2024
El examen tiene 2 HORAS de duración. Se recomienda invertir 60 minutos en cada parte.
NO está permitido el uso de NINGÚN TIPO DE MATERIAL.
Para aprobar el examen, es obligatorio REPONDER Y APROBAR las DOS PARTES por separado. Para considerar una parte como respondida, hay que dar muestras inequívocas de que se conoce mínimamente la respuesta de TODAS LAS PREGUNTAS.
RESPONDA solo a lo que se le pide, de una manera EXACTA Y CONCISA. No se penalizará la nota por informaciones irrelevantes (no directamente relacionadas con lo que se pide en el enunciado), pero estas tampoco sumarán puntos, aunque sean correctas.
Recuerde que el examen se puntúa sobre un máximo de 10 puntos. Valdrá un 100% de la nota para aquellas personas que no hayan entregado la PEC y un 80% para aquellas personas que sí que la hayan entregado. En el cualquiera de los dos casos hay que sacar al menos un 5 para aprobar. Si no se obtiene al menos un 5 en el examen, no se sumará la nota de la PEC.
PRIMERA PARTE (5 puntos)
Discutra acerca de la distinción crítica entre literatura del 98 y Modernismo.
SEGUNDA PARTE (5 puntos)
En el texto que puede leerse a continuación, responda a las siguientes preguntas. Para ello, debe usar la bibliografía crítica disponible en la plataforma Ágora y en la antología de textos, así como las videoconferencias.
Localice el poema en su contexto cultural y dentro de la lírica del autor. (2,5 puntos)
¿Puede concebirse en el texto la presencia de un “yo desmitificado”? Compárelo, en este sentido, con otros poetas del 27. (2,5 puntos)
(El alma vuelve al cuerpo,
Se dirige a los ojos
Y choca. ) ……¡Luz! Me invade
Todo mi ser. ¡Asombro!
Intacto aún, enorme,
Rodea el tiempo. Ruidos
Irrumpen. ¡Cómo saltan
Sobre los amarillos
Todavía no agudos
De un sol hecho ternura
De rayo alboreado
Para estancia difusa,
Mientras van presentándose
Todas las consistencias
Que al disponerse en cosas
Me limitan, me centran!
¿Hubo un caos? Muy lejos
De su origen, me brinda
Por entre hervor de luz
Frescura en chispas. ¡Día!
Una seguridad
Se extiende, cunde, manda.
El esplendor aploma
La insinuada mañana.
Y la mañana pesa.
Vibra sobre mis ojos,
Que volverán a ver
Lo extraordinario: todo.
Todo está concentrado
Por siglos de raíz
Dentro de este minuto,
Eterno y para mí.
Y sobre los instantes
Que pasan de continuo
Voy salvando el presente:
Eternidad en vilo.
Corre la sangre, corre
Con fatal avidez.
A ciegas acumulo
Destino: quiero ser.
Ser, nada más. Y basta.
Es la absoluta dicha.
¡Con la esencia en silencio
Tanto se identifica!
¡Al azar de las suertes
Únicas de un tropel
Surgir entre los siglos,
Alzarse con el ser,
Y a la fuerza fundirse
Con la sonoridad
Más tenaz: sí, sí, sí,
La palabra del mar!
Todo me comunica,
Vencedor, hecho mundo,
Su brío para ser
De veras real, en triunfo.
Soy, más: estoy. Respiro.
Lo profundo es el aire.
La realidad me inventa,
Soy su leyenda. ¡Salve!
Jorge Guillén, “Más allá” (de Cántico, 1936)
SOLUCIONARIO DEL EXAMEN (MATERIAL COMPLEMENTARIO)
1. Distinción crítica entre literatura del 98 y Modernismo
A finales del siglo XIX, España atraviesa una crisis global –política, social, económica y también espiritual– que cristaliza simbólicamente en el desastre colonial de 1898. Esa quiebra del imaginario nacional genera una necesidad de renovación que afecta a todos los órdenes de la cultura. En el campo literario, dicha reacción adopta dos direcciones que la crítica ha denominado Modernismo y Generación del 98. No se trata de compartimentos cerrados, sino de dos respuestas complementarias a una misma conmoción histórica.
El Modernismo, surgido inicialmente en el ámbito hispanoamericano y difundido en España a través de Rubén Darío y otros poetas, supone una ruptura frontal con el realismo decimonónico y con la retórica gastada de la poesía posromántica. Su objetivo principal es la creación de una nueva estética basada en la belleza formal y en la sugestión sensorial. Frente a la descripción prosaica de lo cotidiano, el modernista cultiva un lenguaje preciosista, lleno de musicalidad, sinestesias, imágenes plásticas y cromáticas. Se introducen metros poco habituales en el XIX (alejandrinos, dodecasílabos, combinaciones estróficas novedosas) y un amplio repertorio de símbolos (cisnes, jardines, princesas, pavos reales, perfumes exóticos, etc.) que remiten a un universo refinado y aristocratizante.
En el plano temático, el Modernismo se caracteriza por la evasión: se proyectan mundos lejanos –Oriente, el mundo clásico, la Francia fin de siglo– o tiempos idealizados que permiten huir de una realidad considerada vulgar y gris. El arte se concibe como ámbito autónomo y superior a la vida común, y el poeta adopta una actitud de dandi o artista exquisito, muchas veces con un fondo de malestar íntimo, hastío y melancolía. La influencia del simbolismo y del parnasianismo franceses refuerza esta orientación hacia lo sugerente, lo musical y lo sensorial, entendiendo la poesía como lenguaje de lo inefable y de la belleza absoluta.
La Generación del 98, por su parte, agrupa a un conjunto de escritores que comparten una fuerte preocupación por el problema de España y por el sentido último de la existencia humana. Más que un movimiento estrictamente unitario, constituye una constelación de voces –Unamuno, Azorín, Baroja, Maeztu, Valle-Inclán en cierta medida, los Machado en su inicio– que coinciden en una actitud crítica y reflexiva ante la realidad nacional. Frente a la evasión modernista, los noventayochistas practican una inmersión en la España real, especialmente en la España rural y mesetaria, que se convierte en símbolo de la esencia del país.
Estéticamente, proponen una sencillez expresiva que contrasta con el preciosismo modernista. Buscan un estilo despojado, sobrio, en apariencia “pobre”, que prescinde de adornos retóricos superfluos para centrarse en la intensidad del pensamiento y de la emoción. Les interesa más la hondura ideológica que el lujo formal. De ahí el uso de un léxico cotidiano, la preferencia por las frases breves, la introducción de elipsis y repeticiones expresivas y un tono conversacional o meditativo. En sus obras aparecen motivos recurrentes como el paisaje de Castilla, las aldeas pobres, las ruinas, la intrahistoria, la preocupación religiosa o existencial y el sentimiento trágico de la vida.
En términos de géneros, puede decirse que el Modernismo se manifiesta sobre todo en la lírica, mientras que la Generación del 98 encuentra su expresión privilegiada en la narrativa y el ensayo, sin que esto excluya incursiones recíprocas. Los modernistas ponen el énfasis en la renovación del poema; los noventayochistas, en la reflexión ensayística y en la novela como instrumento de crítica social y moral.
Sin embargo, la crítica actual considera simplificadora la oposición tajante entre Modernismo y 98. Ambos forman parte de un mismo proceso de transformación de la literatura española, situado en la llamada “Edad de Plata”. Muchos autores se mueven en una zona de intersección: Antonio Machado inicia su trayectoria con una lírica de claros rasgos modernistas –simbolismo intimista, musicalidad, vaguedad sugerente–, pero la orienta pronto hacia la meditación existencial y el problema de España; Azorín utiliza imágenes de gran carga simbólica y sensibilidad impresionista, heredadas del Modernismo, al tiempo que desarrolla una prosa ensayística netamente noventayochista; Juan Ramón Jiménez atraviesa una fase modernista sensitiva antes de evolucionar hacia una poesía cada vez más depurada e intelectual, cercana a la preocupación esencial que también anima a los escritores del 98.
Así, puede afirmarse que Modernismo y Generación del 98 representan dos caras de una misma renovación: el primero insiste en la transformación de los recursos expresivos y en la creación de una nueva sensibilidad estética; la segunda, en la revisión crítica de la realidad histórica y espiritual del país. Ambos movimientos comparten el rechazo de la literatura anterior y la voluntad de situar las letras españolas en un plano europeo, incorporando influencias filosóficas y artísticas contemporáneas. La literatura del primer tercio del siglo XX –incluida la generación del 27– no se entiende sin esta doble herencia, que combina la exigencia de belleza formal con la necesidad de profundidad ética e intelectual.
2. Localización de “Más allá” en su contexto cultural y dentro de la lírica de Jorge Guillén
“Más allá” pertenece a Cántico, el gran libro de Jorge Guillén, cuya primera edición se publica en los años veinte y va ampliándose en sucesivas ediciones hasta configurarse como una obra en continuo crecimiento. Cántico se ha considerado uno de los hitos de la poesía pura en España y una de las manifestaciones más altas de la estética del 27. La poesía pura, inspirada en Juan Ramón Jiménez, en Valéry y en ciertas corrientes simbolistas y vanguardistas, aspira a reducir el poema a su núcleo esencial, eliminando toda anécdota, sentimentalismo fácil o elemento retórico accesorio. El poema debe ser un objeto verbal concentrado, transparente y autosuficiente.
En el contexto de la Generación del 27, esta tendencia supone una reacción frente al tono declamatorio y subjetivo de la poesía romántica y posromántica. Los poetas buscan la precisión conceptual, la nitidez de la imagen y la organización rigurosa del poema como estructura cerrada. Se incorporan a la lírica española conquistas de las vanguardias –como la metáfora pura o la autonomía del lenguaje poético–, pero filtradas por un ideal de orden y claridad clásicos. En este marco, Guillén ocupa una posición central: su poesía es quizá la que mejor encarna la combinación de modernidad y clasicismo que caracteriza al primer 27.
“Más allá” responde plenamente a esta estética. El poema se articula como una celebración del despertar a la existencia: desde la irrupción de la luz y los ruidos del día hasta la afirmación jubilosa del ser en su plenitud. No hay en él anécdota biográfica reconocible; hay un proceso de concienciación ontológica. La sucesión de imágenes de luz, resplandor, día y mañana construye un universo en el que la realidad aparece como presencia intensa y ordenada. La experiencia se condensa en formulaciones categóricas –“Ser, nada más. Y basta”– que traducen una confianza absoluta en la positividad del mundo.
Dentro de la lírica de Guillén, este poema ejemplifica su visión optimista y afirmativa de la realidad. Mientras otros poetas del 27 subrayan el conflicto, la desgarradura o la nostalgia, Guillén se sitúa en la línea de la aceptación jubilosa del ser. En Cántico la realidad es “bien hecha” y el poeta la celebra desde la admiración y el asombro. De ahí el uso abundante de exclamaciones, sustantivos abstractos (ser, día, eternidad, destino), verbos de estado y de plenitud, y una sintaxis clara, casi didáctica, que evita la oscuridad voluntaria de algunas vanguardias. La musicalidad del poema no procede de un ornamento modernista, sino del ritmo interno de las frases y de la disposición equilibrada de los encabalgamientos.
Culturalmente, “Más allá” se sitúa también en el clima europeo de entreguerras, en el que muchos intelectuales buscan una razón poética capaz de conciliar espíritu y mundo. El poema refleja el eco de preocupaciones filosóficas contemporáneas –en torno al tiempo, la conciencia y el ser–, pero las traduce a un lenguaje extremadamente depurado. Frente al irracionalismo de otras vanguardias, Guillén opta por una modernidad intelectual y luminosa, donde el poema se convierte en un acto de conocimiento y celebración.
3. Presencia de un “yo desmitificado” en el poema y comparación con otros poetas del 27
El concepto de “yo desmitificado” alude a un sujeto poético que ha renunciado a los rasgos fundamentales del yo romántico: la exaltación sentimental, el protagonismo biográfico y la concepción del poeta como genio excepcional. En la poesía pura y, de modo destacado, en la de Guillén, el yo se somete a un proceso de despersonalización: deja de ser un individuo concreto y se transforma en conciencia abstracta, casi impersonal, que observa y celebra el mundo.
En “Más allá”, la voz lírica apenas se define por rasgos personales. No se dan datos de identidad, historia o biografía; tampoco se expresan estados de ánimo particulares como tristeza, desengaño o euforia subjetiva. Lo que se ofrece es la experiencia de un despertar a la realidad concebida como plenitud de ser. El yo aparece integrado en un proceso cósmico: la luz que irrumpe, el día que se afirma, la eternidad que se mantiene “en vilo” sobre los instantes. El sujeto se reconoce como parte de ese orden (“Soy, más: estoy. Respiro”) y se funde con él en un acto de aceptación jubilosa.
Este yo desmitificado se manifiesta también en el tratamiento del lenguaje: predominan sustantivos y verbos de carácter general (“ser”, “día”, “destino”, “realidad”), que remiten a categorías universales más que a vivencias individuales. El poema se construye como un razonamiento emocional, no como una confesión íntima. La primera persona no desaparece, pero queda diluida en una voz que podría ser la de cualquier conciencia despierta ante el mundo. La experiencia que se relata no es una anécdota personal, sino la toma de posesión del ser como tal.
Si se compara esta actitud con la de otros poetas del 27, se observa una clara divergencia. En Pedro Salinas, especialmente en sus libros amorosos, existe también una fuerte depuración del yo, pero la relación tú-yo mantiene un núcleo de intimidad más explícito: la conciencia amorosa se universaliza, aunque conserva un tono confesional nítido. En Gerardo Diego, la poesía pura convive con otras vertientes –la creacionista, la tradicional– donde el yo puede adoptar formas más lúdicas o expresivas. Dámaso Alonso, en su etapa de posguerra, ofrecerá el extremo opuesto al de Guillén: en Hijos de la ira el yo es desgarrado, confesional, sometido a una angustia existencial que contrasta radicalmente con el equilibrio afirmativo de Cántico.
En el caso de Lorca, Alberti o Cernuda, la presencia del yo adquiere con frecuencia un marcado carácter dramático y conflictivo. Lorca encarna un yo simbólico que se enfrenta a fuerzas de muerte y destino; Alberti proyecta su biografía intelectual y política en una serie de metamorfosis líricas; Cernuda construye quizá el yo más problemático del 27, escindido entre realidad y deseo, entre el mundo hostil y la aspiración amorosa. En estos poetas, la subjetividad sigue siendo núcleo de tensión y de conflicto.
Frente a ellos, Guillén representa la culminación del yo contemplativo e intelectual, desprovisto de patetismo. Su desmitificación no implica desaparición del sujeto, sino transformación de éste en conciencia lúcida que se alegra de la existencia. La poesía deja de ser desahogo sentimental para convertirse en un acto de conocimiento afirmativo. En “Más allá”, el yo es, al mismo tiempo, mínimo y absoluto: mínimo en sus rasgos biográficos, absoluto en su función de testigo de la plenitud del ser. Esa es la aportación específica de Guillén dentro del 27 y una de las formas más radicales de superación del yo romántico en la lírica española del siglo XX.
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